El bar tiene reservada una mesa para profesores
pero a la hora de la comida solo están allí el conserje y una de las señoras de
la limpieza. El resto es una mesa
larga vacía en un bar sin clientes.
El conserje no habla durante la comida. Nada.
Solo mira ausente y escucha a la camarera y a su compañera como se explican las
sesiones de acupuntura a las que se someten. Una para limpiar los riñones y la
otra para intentar separar la piel de debajo de axila que se le ha quedado
pegada. El punto fuerte de este acupunturero es que cuando tiene las agujas clavadas, porque las gira y eso duele; duele y mucho, pero ese es lo bueno que tiene y si cura...
La señora lleva un
uniforme negro. Su cuerpo es ancho, como una pera si fuese fruta y su
cabeza es como una aceituna, efecto que enfatiza un pelo muy fino cortado a lo chico. Sus cejas
son cortas, extremadamente finas y marcadas con un rotulador rojizo, debe ser eso que
llaman micropigmentación.
Habla de la vecina que se queja de sus perros,
cosa que no se explica porque ella tiene un gallo, una cabra y un burro. Ella
que se declara insociable, vive en el monte y allí comparte la calma con la
del minizoológico. Pero aún con todo, se atreve a llamarle la atención por lo que ladran los perros
al mediodia, justo cuando el gallo deja de cantar, porque ese gallo canta a
deshora de lo confundido que anda porque ella enciende la luz en plena noche para
tomarse la medicación.
La misma que habla sin tregua, aparece tras la comida en la sala de profesores para apagar las luces, como solo hay una persona piensa que
es un consumo excesivo. Tras el apagón se pone a trabajar en el ordenador, o
mira el correo, o busca materiales de insonorización.
Cuando le preguntan el nombre contesta de mala gana, ella siempre se presenta el primer día pero nunca la recuerdan. Su nombre es Piluca.
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