7.1.14
Realeza
La infanta Cristina era, de las hijas del rey de España, la que llamaban guapa. Llevó la vida que se esperaba de ella durante algunos años. Estudiaba, sonreía y llevaba con dignidad su soltería. Era lo que pedía la Casa Real de la época. Suficiente trabajo había silenciando los amoríos del monarca cuando no decidía escaparse con su motocicleta. Esto no está probado y no existirán pruebas más allá de algún churumbel amordazado.
Cristina llevó una vida austera, pero deseosa de emociones, la dejaron ejercer de cheerleader de un deporte minoritario. Llegaba al partido y bramaba desquitándose en el palco. El "aullido de la Infanta" fue el grito de guerra del balonmano. Esto tampoco está probado, es solo una licencia. En esas estaba un día desgarrándose las cuerdas cuando llegó el capitán del equipo a besarle la mano. Le pareció un príncipe bello y educado. No quiso percatarse que era la falta de luces lo que le daba encanto.
Se casaron rápidamente y fueron nombrados Duques de Palma. Él abandonó el juego por ella y se pegó una gracia firmando todos los documentos de la época como el duque Empalmado. Juro que esto es cierto, aunque los documentos que lo prueban deben estar todavía confiscados. El duque empalmado, el del priapismo galopante, existió en España a comienzos del siglo XXI.
Engañaron, estafaron, se forraron, pero eran los perfectos anfitriones de la fiesta. Hicieron lo que esperaba el pueblo y lo que quisieron de sus vidas.
Cuando llegó la época, que coincidió con el acoso del juez Castro, en la que todo el mundo hablaba mal de la pareja, Cristina, frente a la chimenea de su retiro alpino mirando a lo lejos las cumbres nevadas y con una copa de vino en la mano, le susurraba a su amado: "Esto es vida, Ignacio. No me lo hubiese perdido por nada del mundo".
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