27.3.15

II Notas de un claustro



     El director miraba a través de las lamas de la persiana, aunque la vista no resultaba muy agradable. Las ventanas de su despacho daban a un parking estrecho del que salían con dificultad los coches aparcados en batería. Pero a esas horas casi no quedaban profesores y la dificultad se borraba. Solo resultaba visible el muro compartido con el otro centro de educación secundaria. Habían salido centros siameses o se juntaron para hacer frente a las vicisitudes, quién sabe. 

     Entré a entregarle la última solicitud que pedíamos a la Administración. La solicitud de FP dual era la última ola que anegaba la formación profesional. Se intentaba que nuestro sistema siguiera el modelo alemán que combinaba y potenciaba la formación en empresas de los alumnos. En eso nos andaban iniciando por aquella época.

     Durante la última semana había hecho cambios en el despacho. Había recolocado el mobiliario acercándose sin saberlo a un estilo más feng shui de manera que ahora cuando entraba alguien tenía una visión completa y de frente y a su lado tenia un frondoso helecho que mantenía el equilibrio iónico. Entonces tuvo que girarse.

                         -  ¿Cómo lo supiste?
                          - ¿El qué?
                    - Lo de Federica.

El mueble caoba que ocupaba la pared contenía en su armario una peluca rubia. En el armario se guardaban exámenes oficiales; por eso, cualquiera que tuviese material que dejar a buen recaudo se encontraba con la peluca en primera fila. Yo no adiviné lo de Federica, me pareció una idea divertida que se la colocase a ratos, como cuando uno se pone el mundo por montera.

              -  Sácala anda

Abrí la puertecilla y se la pasé, se arremangó la camisa un poco, tomó la peluca y poniéndosela con gracia de repente, ese pelo brillante le cambió el semblante. Parecía una persona relajada y afable.

           -     Me vas a permitir que no me sancione si enciendo un cigarro.
          -       No me importa, pero ya sabes se queda el olor en el aire.

No le hacía falta mi respuesta por eso aspiraba ya el humo del cigarro.


          - ¡Qué mala semana hemos pasado! -dijo con un suspiro- Han amenazado a Maria José. Una de esas personas que llena el aire de chispas, un fueguecito vivo que tenemos por el instituto, y estos alumnos nuestros se proponen apagarlo. Se le quitó la sonrisa esta mañana después del susto espero que a estas horas la haya recuperado. Nuevo expediente disciplinario.
    A Fran le lanzaron naranjas. Tres alumnos de la ESO cogieron naranjas de los árboles del patio y las sustituyeron por la pelota de voleibol. A naranjazo limpio con el profesor de gimnasia. Tres nuevos expedientes disciplinarios.
Por lo demás, dos accidentes leves en el taller de mantenimiento. Descuidos sin importancia. ¿Y tú por donde andas?

       -  Estoy con Lázaro, el hermano de Marta y María, el que fue resucitado. Cuando volvió a la vida lo hizo algo perturbado; a los ojos de los vivos parecía que había venido únicamente a despedirse. Tan fuerte fue la impresión que obtuvo del tiempo que pasó entre los muertos. No puede decirse que volviese a la vida en un sentido amplio del término, sin embargo todo el mundo piensa que Lázaro resucitó. Por otra parte, en cuanto al descenso de Jesús de Nazaret de la cruz, puede que no fuese su madre quien lo hiciese, puede que fuese alguno de sus discípulos o incluso se sugiere que fuese alguna manada de perros salvajes. Tendré que leer la versión oficial de los hechos.

   Se quedó perplejo, pero yo había pasado una buena semana en mis clases. Andaban los chicos motivados contando las calorías de los panes y los peces.

       -  ¿Quieres la peluca?

No me veía rubia con estas cejotas negras. "Otro día" le dije.





6.3.15

Arrugas




     Tenía una cita a las nueve de la mañana para que le sacaran sangre. Esta vez no se encontraba cansada ni padecía anemia. La extracción no requería ayunas y los mismos resultados se obtenían con una cena rica en colesterol la noche anterior que con un desayuno repleto de azúcares ese mismo día. La doctora solo quería el plasma de su sangre para reincorporarlo de nuevo por los intersticios celulares con un objeto punzante. Las inyecciones de plasma eran una modalidad más de tratamiento estético y como la toxina botulínica le daba miedo, no se le fuese a congelar la cara en un gesto poco agradable, prefirió ponerse algo suyo, ella que se conocía bien y se resultaba fiable.

     Entró en la sala de espera con mayor desasosiego que en la consulta del dentista y permaneció sentada y en silencio esperando a que alguien le dijese un hola y la tranquilizara un poco. Cualquier auxiliar de enfermería tenía en sus clases dos técnicas sencillas para rebajar la ansiedad de los pacientes y por mucho que una se fuera acostumbrando a los pinchazos siempre existía una primera vez a la que había que asistir.

    Esperaba que entre las divertidas conversaciones que llevaban las chicas en el mostrador y el prolongado lapso de tiempo que había transcurrido desde que llegó alguna pasaría a ofrecerle un café o mejor una infusión, de melisa, que la valeriana le provocaba arcadas. Algo calentito que le reconfortara el alma, ese gélido día en el que a punto estaba de empezar tratos con el diablo. Al fin y al cabo se trataba de eso. Cada mañana cuando se levantaba, se miraba al espejo y le decía: ¿espejito, espejito, por qué no me suavizas este entrecejo tan cansado? Y un día harta de su indiferencia se lanzó a buscar una clínica con cierto renombre y sin contar con ninguna referencia personal.

    Llegar a la clínica del Potet sin referencias era llegar con la pretensión de ser el revistero de la sala, de manera que el tiempo pasaba lento para los objetos inanimados que en ella se encontraban y mientras las chicas de bata blanca se enseñaban divertidas sus teléfonos no pensaban en ofrecerle una revista para llevarse a sus adentros.

   Todos los que entraban en la clínica sabían lo que se traían entre manos. La doctora no iba a pincharle nada tóxico. La inflamación producida iban a llamarla turgencia. El efecto del desbordamiento de líquido extracelular se iba a llamar efecto antiedad y el tiempo que necesitara su cuerpo para volver al equilibrio era el tiempo a descontar desde la salida de la consulta. Por ese pacto se pagaban 250 euros. Se pagaban con cierta inconsciencia e incluso algunos lo hacían con fruición. Pero las chicas de la entrada olvidaron que el trato requería atención y hasta algún mimo para como estaba por entonces la competencia en el sector estético.

     Una hora treinta y dos minutos era demasiado en una cara con un entrecejo que amenazaba ahora con pronunciarse hasta traspasar el cráneo. Pensó en ese momento en el espejito, que no le había dicho nada desde que la conocía y sin embargo, esas malvadas de bata blanca, tan jóvenes y tan indiferentes al paso del tiempo se merecían una buena azotaina. Se levantó, se acompañó amablemente a la puerta y se permitió el exceso de ser un poco grosera. Se fue sin decir nada, dando un fuerte golpe en la puerta.