17.5.11

Próxima salida (Pablo)



Subir al tren me evita el infantil ritual de tocar el fuselaje pidiendo con fervor: Avioncito, avioncito llévame al sitio sin sufrir ningún percance. No se trata de un miedo insuperable, pero para ir al congreso yo prefería coger el tren y el que quiera ganar tiempo que vaya volando. El estupor aquí no me lleva más allá de esa fiebre generalizada por hablar bien alto, pegados al teléfono. Para eso se habilita la cafetería, para concentrar a los que se nos hace insufrible escuchar intimidades.

- ¡Hola! -le saluda una cara que le resulta conocida y le mira como si se conociesen- No he podido evitar fijarme en tus pies. Nunca había coincidido con alguien que también tuviese los dedos pegados.

- ¿Los dedos?…¡ah, ya!. La verdad, no le presto mayor importancia. Pero sí, curioso fenómeno este de la sindactilia –le comenta mientras se contemplan los dedos mutuamente.

- Dicho así parece una enfermedad. En mi casa lo llamábamos tener los pies de pato. Cosas de hermanos, venganzas por ser la que mejor nadaba...

Antes de que el silencio prolongado dé la conversación por terminada le pregunta: ¿Lees sobre flores?.

- Sí, cosas de trabajo. En realidad, me dedico a estudiarlas: soy botánico.

- Vaya, no parece que sea una profesión muy demandada en el siglo veintiuno. ¿Qué hace un botánico cuando le rodea el asfalto?

- Pues…se encierra en un despacho para obtener filogenias.

- ¿Otra enfermedad?

- No. Lo siento…, demasiado acostumbrado a utilizar palabras raras. Busco parentescos entre especies de orquídeas. Las organizo por familias, para entendernos.

- ¿Y una vez organizadas?

- Nada. Puro conocimiento sin aplicaciones prácticas. También raro en el siglo veintiuno.

- Rarísimo, pero sugerente. Mi ginecólogo tiene fotos de orquídeas en su consulta. Unas fotografías preciosas en blanco y negro. Dice que se parecen al sexo femenino –le comenta buscando su corroboración.

- Bueno…no sé…–empieza a ruborizarse y adopta el rol de profesor -, el nombre les viene porque el bulbo tiene forma de testículo. Lo que añadiéndolo a tu teoría nos daría una especie particular de hermafrodita: parecidas a un sexo por debajo y al otro por arriba – sonríe pero ella no le presta atención revolviendo en su bolso.

- ¿Me haces un favor?, ¿puedes hacerme una llamada perdida? Parece que me dejé el teléfono en el asiento. -Él le ofrece perplejo su teléfono, como quien se desarma, y ella marca su número.

- Gracias. Lo suponía…, demasiado tiempo sin que sonara –se cuelga el bolso al hombro mientras le dice: pues nada, me alegro que hayamos coincidido. ¡Cuida esos pies y a la familia!.

¡Cómo vamos de locos con el telefonito!. Un punto de razón no le ha faltado: debo cuidar mis pies, al lado de los suyos parecían simiescos. Por un momento pensé que era capaz de leerme el pensamiento, que adivinaba mí escasa experiencia con las mujeres y que sonreía al verme apurado. Me ruboricé y lo notó seguro. Parecía que sabía todo, ¿para que sirve hoy en día un botánico?. Servir, lo que se dice servir… para andar por caminos buscando plantas y que te falten horas para poder observarlas.



1.5.11

Preguntas



Diecisiete años que ya no salgo por el monte con Carlos; doce que Cristina se marchó de casa; veinte que no escucho la voz de Clara. En estos términos de ausencia discurre mi vida, así me marca el tiempo su distancia.

Cada día el corazón me concede una tregua para acercarme hasta la playa; con paciencia llego andando hasta estas piedras convertidas ahora en peldaños imposibles, el único sitio donde puedo fumar tranquilo mi cigarro. Qué sabrá lo que me conviene ese médico de la residencia. Me engañó mi hijo diciendo que allí podría seguir haciendo mi vida como si nada, “Padre, no te preocupes que estarás como en casa, al fin y cabo una habitación fue siempre lo único que tuviste”. Eso sí que es cierto. Mi hijo Carlos me vio desde pequeño dormir en una habitación apartada y austera, un cuarto trastero donde pasaba las noches leyendo, mientras él y su madre cenaban juntos frente a la tele. Tantos años retirado en aquella celda de aislamiento que aprendí a no decir nada, a perder lentamente las palabras, a tratar con normalidad una situación desesperada.


Puede que Carlos venga hoy a verme cuando termine su turno, saldremos un rato al jardín a caminar entre las plantas, a mirar el envés de las hojas por si hay larvas: al jardinero poco le importa si a las pobres las invade una plaga. Buscaremos un poco de sombra en el pinar y allí nos diremos cosas, todas sin importancia. Eso también lo aprendió desde pequeño: para hablar conmigo había que salir de casa, había que ir al campo o a la playa, inventar salidas a la nieve o subir la cima de una montaña. Aunque hablar nosotros hablábamos poco: las preguntas importantes para él eran para mí complicadas y como en un juego nuestro, ante mis muecas de desagrado fue aprendiendo a no preguntar nada.


Carlos es lo mejor que hicimos Cristina y yo, es una buena persona, dirá cualquiera que lo conozca, como lo decía su profesora y aseguraban sus tías llenas de orgullo. Pero el niño bueno se ha convertido en un hombre ausente, un hombre que es un autómata. Él que era un apasionado de las montañas, el loco de las piedras, empeñado en estudiar Geología para pintar la tierra a capas, hoy trabaja devolviendo cambio en el peaje de la autopista, deseando buen viaje a cada conductor que pasa. Qué coraje imaginarlo en su cabina, en otra celda de aislamiento le van pasando los días. El trabajo no es lo más importante, me gustaría decirle, hay otras cosas, debe haberlas, las hay, las hubo, deberías intentar…nunca le digo nada.


“He conocido al hijo de tu amiga Clara, ¿te acuerdas de ella?” me dijo ayer mientras paseábamos. En ese momento necesité sentarme, noté que el corazón se alteraba o el viento sacudía con más fuerza las ramas de los arboles. Me pareció que algunas palabras querían salir, que iba a ser capaz de articular: “Cada día”, pero fue un impulso pasajero, solo asentí.


Clara, recuerdo su mirada escrutadora, planteando sin pestañear las preguntas más incómodas: “Eugenio, ¿tú y yo por qué no nos besamos?”.