27.4.09

Sísifo rescue



“Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Durante el regreso de la roca al llano, en cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas, Sísifo es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. La clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se supere mediante el desprecio. Si el descenso se hace ciertos días con dolor, puede también hacerse con gozo…”. Me remonta como “Agua del Carmen” este libro de Albert Camus. Lo tengo claro, cargaré otra piedra.
Puede que alguien quisiera que descansara mi alma y hoy recibí un correo electrónico en el que me colmaron de datos: perdón por el retraso en el veredicto, no se pudo hacer antes; perdón porque no pudimos enviarle el horario del evento, problemas técnicos; disculpas desde la comisión organizadora; el jurado del premio fue: menganita, fulanita, zutanita y otra fulanita; los premiados fueron: menganito, fulanito y zutanito. Gracias por su esfuerzo. Pronto podrá leer las obras premiadas aquí. Justo en ese momento de aturdimiento Alberto me ha dicho: “Coge la piedra, átale una cuerda, después juega con ella a voluntad”. Seguí su consejo y entonces entré en Google, por si pudiera averiguar algo sobre afortunados, lo que es la World Wide Web, confabulación, concordancia 100%, páginas con soluciones, pero sobre todo la posibilidad de seguir jugando a encontrar lianas. Faccebook tu aliado y… ¡Oh, desgracia! no estoy en ese grupo de amigos…Hay una nota en el muro para mí. ¿Por qué tu crees?.
a) Porque no nos llega para pagar la hipoteca
b) Porque nos hace falta renovar el material de montaña
c) Porque mando yo y hago lo que me da la gana
Obviamente las tres respuestas son válidas. Estupor en el sistema absurdo. Al mito postmoderno le quitaron la posibilidad de ver caer la piedra, le despojaron de la fracción en la que se creía amo y señor de su destino. El Sísifo de hoy sube la piedra a la cima y de repente la encuentra abajo. A ver qué hace con su destino.

26.4.09

Sant Jordi gris

He de remontarme a mis nueve años para recordar un descoloque semejante. Ese día maldito recogí una calabaza, acostumbrada como estaba yo a los jardines en flor. En aquella papeleta del Conservatorio de Música, algún estúpido estampó: “suspenso” y lo adornó con un sello oficial en forma de lira. Puede que mi audición fuese tan ridícula como la de los participantes de algunos castings, pero yo iba a la capital, al gran Conservatorio de Música, sin más pretensiones que cantar lo que Carmen Pilar tenia a bien enseñarme cada martes y jueves en la Sociedad Musical. Aquellos canallas que nos llamaban a cantar el DO RE MI delante de todo el auditorio, consideraron que no tenia talento musical y firmaron la papeleta del desconcierto. El camino de regreso a casa fue un puro canto, un largo sincopado de ahogos con lágrimas fusas y semifusas. Tal era mi desconsuelo que Carmen Pilar no se atrevió a abandonarme, prefirió llevarme a casa y dejarme directamente en brazos de mis padres, solicitando el alivio que proporcionaban unas gotas de “Agua del Carmen”.
Hoy iba a Barcelona gracias a mi relato sobre Nepal. Recogía mi primer reconocimiento literario de manos del presidente del Club Alpí de la Universidad Autónoma y para celebrar mi entrada en el mundillo me iba después a las Ramblas. Observaría todo desde arriba, por ese efecto elevador que da la euforia, pero me sentiría codo con codo con esos escritores reconocidos que se han pasado el día firmando ejemplares. Todos tenemos un comienzo.
Pasé la semana con el teléfono en el bolsillo por si sonaba, un cargador en el bolso por si la batería se terminaba y otro en el coche… por si acaso. He revisado el correo electrónico regularmente, con más insistencia si cabe, a las horas en que podría terminar la deliberación de un jurado. A día de hoy, que se entregan los premios, nadie me ha dicho nada; silencio, ni llamada, ni correo electrónico, ni siquiera un SMS escueto, sin sellos con liras, que diga: “Su relato es una mierda. Gracias”.