24.12.10

"Mecanismos internos" J.M. Coetzee





Sobre Italo Svevo:

" A ojos de Svevo, Schopenhauer fue el primer filósofo en tratar a los que padecían el impedimento del pensamiento reflexivo como una especie separada, que coexistía con recelo con la clase de personas saludables que no reflexionan, aquellos que, en la jerga darwiniana, podrían ser llamados aptos. Con Darwin -leído a través de los ojos de Schopenhauer-, Svevo mantuvo una pelea que duró toda la vida. Su primera novela iba a tener una alusión darwiniana en su título: Un inetto, es decir un inepto o inadaptado. Pero su editor se opuso, y Svevo aceptó el bastante descolorido Una vita. De una manera que es un ejemplo de naturalismo, el libro sigue la historia del joven empleado de un banco que, cuando por fin debe enfrentarse al hecho de que está vacío de todo impulso, deseo o ambición, hace lo que es correcto desde un punto de vista evolutivo y se suicida.

En un ensayo posterior titulado "El hombre y la teoría darwiniana", Svevo le da a Darwin un enfoque más optimista, que se extiende a Zeno. Nuestra percepción de que no estamos cómodos en el mundo, sugiere, es el resultado de cierta inconclusión en la evolución humana. Para escaparse de ese estado melancólico, algunos tratan de adaptarse al entorno. Otros prefieren no hacerlo. Los no adapatados, vistos desde fuera, pueden parecer marginados de la naturaleza, sin embargo, y paradójicamente, tal vez terminen siendo más adecuados que sus equilibrados vecinos para enfrentarse a todo lo que el imprevisible futuro pudiera depararles".

10.12.10

Navidad



Para la mayoría de mis compañeros de trabajo la cena de Navidad resulta un fastidio. Acuden como deferencia a la empresa por el contrato que ésta les brinda y porque saben que al final, las reticencias quedarán diluidas en alcohol. En las antípodas de este planteamiento se encuentra Pedro, que espera esta cita anual para ratificar, un año más, su condición de macho dominante.

Una semana antes de la cena, empieza a salir de su despacho con mayor frecuencia y pulula por la oficina pidiendo ahora un clip, ahora unos archivadores. Aprovecha el juego que da la fotocopiadora, con sus atascos y sus mensajes de aviso, para ir sondeando al personal, en especial a las chicas de incorporación reciente:

- ¿Te has apuntado a la cena? –pregunta solícito.

-No, todavía no –le responde sin entusiasmo, pero con sonrisa intencionada.

- Anímate mujer, que nos lo pasamos siempre bien. Así también nos conocemos un poco que en estos sitios grandes no sabes con quién trabajas –comenta ingenuo.

Esa noche sin necesidad de que su mujer le aconseje, se pone la camisa de los momentos elegantes, el pantalón de pinzas y unos zapatos sin lustre. Se mira al espejo y se fija en sus sienes más blancas y en las finas líneas que rodean sus ojos. Se mira y se ensimisma. Pedro fue la ricura de la casa, el joven deseado de las aulas y ahora ya ha llegado a esa etapa de hombre maduro atractivo. Muy atractivo. No cabía otra opción para él, pues su cara muestra una simetría perfecta, desencadenante de la atracción en el género humano, a lo que hay suma una mirada pícara y una sonrisa algo sincera. De su cuerpo no tiene queja, de haber vivido en la época griega estaría esculpido, y en el presente, sigue a diario estrictas sesiones de ejercicio controlado. Sí, la imagen del espejo le grita que es un hombre hecho para triunfar. No se trata de un exceso de vanidad, es el resultado aplastante de su amplia experiencia con las mujeres.

Aunque todas las cenas resultan iguales, siguen teniendo para él un puntito de excitación ante la incertidumbre que le hace entrar eufórico en la sala y saludar a todos los compañeros como si del anfitrión se tratase. En la mesa, ocupará un sitio a mi lado, no desvelo ningún secreto si digo que fuimos amantes, y alrededor suyo se sentará un nutrido grupo de féminas a las que presentará invariablemente su faceta solidaria en la cordillera de los Andes.

- Pedro, ¿son más ardientes las latinas? –le pregunta Jorge.

- Eso dicen. Aunque yo voy allí para colaborar – responde con sorna.

- A colaborar en el aumento de la población, canalla. – responde rápido y se ríen cómplices.

Por muchas objeciones que se le puedan poner a sus historias, son siempre bien recibidas. Más que hablar hipnotiza, su belleza parece inhibir cualquier capacidad de razonamiento y recoge de sus anécdotas un reguero de sonrisas y exclamaciones.

Al escuchar los primeros compases de una canción de ritmo caliente es cuando le sobreviene a Pedro esa necesidad imperiosa de reafirmarse. Siente entonces un deseo irrefrenable por empezar a bailar y corta de súbito su periplo por los Andes. Por supuesto, no elige al azar a su pareja baile, su intención esperaba agazapada a que llegara el momento oportuno. Llegado ese momento, clava su mirada fijamente y se lanza decidido a buscarla. Suerte que aprendió a ralentizar el paso y sonreír al mismo tiempo, de lo contrario pensarías que es una fiera.