24.12.10

"Mecanismos internos" J.M. Coetzee





Sobre Italo Svevo:

" A ojos de Svevo, Schopenhauer fue el primer filósofo en tratar a los que padecían el impedimento del pensamiento reflexivo como una especie separada, que coexistía con recelo con la clase de personas saludables que no reflexionan, aquellos que, en la jerga darwiniana, podrían ser llamados aptos. Con Darwin -leído a través de los ojos de Schopenhauer-, Svevo mantuvo una pelea que duró toda la vida. Su primera novela iba a tener una alusión darwiniana en su título: Un inetto, es decir un inepto o inadaptado. Pero su editor se opuso, y Svevo aceptó el bastante descolorido Una vita. De una manera que es un ejemplo de naturalismo, el libro sigue la historia del joven empleado de un banco que, cuando por fin debe enfrentarse al hecho de que está vacío de todo impulso, deseo o ambición, hace lo que es correcto desde un punto de vista evolutivo y se suicida.

En un ensayo posterior titulado "El hombre y la teoría darwiniana", Svevo le da a Darwin un enfoque más optimista, que se extiende a Zeno. Nuestra percepción de que no estamos cómodos en el mundo, sugiere, es el resultado de cierta inconclusión en la evolución humana. Para escaparse de ese estado melancólico, algunos tratan de adaptarse al entorno. Otros prefieren no hacerlo. Los no adapatados, vistos desde fuera, pueden parecer marginados de la naturaleza, sin embargo, y paradójicamente, tal vez terminen siendo más adecuados que sus equilibrados vecinos para enfrentarse a todo lo que el imprevisible futuro pudiera depararles".

10.12.10

Navidad



Para la mayoría de mis compañeros de trabajo la cena de Navidad resulta un fastidio. Acuden como deferencia a la empresa por el contrato que ésta les brinda y porque saben que al final, las reticencias quedarán diluidas en alcohol. En las antípodas de este planteamiento se encuentra Pedro, que espera esta cita anual para ratificar, un año más, su condición de macho dominante.

Una semana antes de la cena, empieza a salir de su despacho con mayor frecuencia y pulula por la oficina pidiendo ahora un clip, ahora unos archivadores. Aprovecha el juego que da la fotocopiadora, con sus atascos y sus mensajes de aviso, para ir sondeando al personal, en especial a las chicas de incorporación reciente:

- ¿Te has apuntado a la cena? –pregunta solícito.

-No, todavía no –le responde sin entusiasmo, pero con sonrisa intencionada.

- Anímate mujer, que nos lo pasamos siempre bien. Así también nos conocemos un poco que en estos sitios grandes no sabes con quién trabajas –comenta ingenuo.

Esa noche sin necesidad de que su mujer le aconseje, se pone la camisa de los momentos elegantes, el pantalón de pinzas y unos zapatos sin lustre. Se mira al espejo y se fija en sus sienes más blancas y en las finas líneas que rodean sus ojos. Se mira y se ensimisma. Pedro fue la ricura de la casa, el joven deseado de las aulas y ahora ya ha llegado a esa etapa de hombre maduro atractivo. Muy atractivo. No cabía otra opción para él, pues su cara muestra una simetría perfecta, desencadenante de la atracción en el género humano, a lo que hay suma una mirada pícara y una sonrisa algo sincera. De su cuerpo no tiene queja, de haber vivido en la época griega estaría esculpido, y en el presente, sigue a diario estrictas sesiones de ejercicio controlado. Sí, la imagen del espejo le grita que es un hombre hecho para triunfar. No se trata de un exceso de vanidad, es el resultado aplastante de su amplia experiencia con las mujeres.

Aunque todas las cenas resultan iguales, siguen teniendo para él un puntito de excitación ante la incertidumbre que le hace entrar eufórico en la sala y saludar a todos los compañeros como si del anfitrión se tratase. En la mesa, ocupará un sitio a mi lado, no desvelo ningún secreto si digo que fuimos amantes, y alrededor suyo se sentará un nutrido grupo de féminas a las que presentará invariablemente su faceta solidaria en la cordillera de los Andes.

- Pedro, ¿son más ardientes las latinas? –le pregunta Jorge.

- Eso dicen. Aunque yo voy allí para colaborar – responde con sorna.

- A colaborar en el aumento de la población, canalla. – responde rápido y se ríen cómplices.

Por muchas objeciones que se le puedan poner a sus historias, son siempre bien recibidas. Más que hablar hipnotiza, su belleza parece inhibir cualquier capacidad de razonamiento y recoge de sus anécdotas un reguero de sonrisas y exclamaciones.

Al escuchar los primeros compases de una canción de ritmo caliente es cuando le sobreviene a Pedro esa necesidad imperiosa de reafirmarse. Siente entonces un deseo irrefrenable por empezar a bailar y corta de súbito su periplo por los Andes. Por supuesto, no elige al azar a su pareja baile, su intención esperaba agazapada a que llegara el momento oportuno. Llegado ese momento, clava su mirada fijamente y se lanza decidido a buscarla. Suerte que aprendió a ralentizar el paso y sonreír al mismo tiempo, de lo contrario pensarías que es una fiera.

1.11.10

Miedo





Cuando Charles Darwin zarpó en el Beagle ya había sido alumno de dos universidades, probando para ser médico o sacerdote. Pero no estaba llamado ni a salvar vidas, ni almas. Pasaba los días disecando animales y coleccionando escarabajos.


Desde su posición privilegiada decidió tomarse un tiempo de reflexión y se embarcó en el bergantín del capitán FitzRoy para explorar el mundo concienzudamente. La travesía duró cinco años, durante los cuales bajó religiosamente en cada puerto para recoger todas las muestras animales, minerales o vegetales, susceptibles de ser enviada a Londres por paquete postal. Las horas en alta mar discurrieron dibujando todos los ejemplares que habían subido a bordo y mirando, mirando... empezó a tener sentir que le algo le estaba inquietando.


Dos años después de aquel viaje, pasado un tiempo prudente para la maceración de las ideas ya no tenía dudas: las especies evolucionan. Tan sencillo como observar detenidamente los ejemplares de las tortugas de las Galápagos; tan difícil, como contradecir las leyes divinas que se profesaban en Londres.


Por esa fisura del pensamiento se coló el miedo en su cuerpo. Darwin reaccionó ante la amenaza y empezó la huida. Evitaba las tertulias sociales, las conferencias de la Royal Society, las discusiones en los cafés de vanguardia. Empezó a plantearse una vida familiar relajada, con muchos niños...y en el campo. Trasladado a Down House se esforzaba en mantener una estricta rutina de trabajo, pero aquellas ideas ocultadas empezaron a provocarle palpitaciones, temblores y dolores varios. Decidió que publicaría su teoría a título póstumo. Aquello era como declararse culpable de asesinato y él guardó las pistas durante veinte años.


Hasta que un día recibió una carta desde Nueva Zelanda, donde un joven e ingenuo investigador le explicaba sus deducciones. La cosa le parecía bastante clara: las especies evolucionan. Alfred Wallace fue el empujón para Darwin, su alivio, su confirmación y su detonante.


Veinte años de angustia para el padre de la evolución. Cien años de indiferencia para el hijo que lo catapultó.



10.10.10

Miradas



Hay gente tímida a la que incomoda un objetivo y gente lanzada que lo busca descaradamente. Hay a quienes les ruboriza sentir encima dos miradas y los hay orgullosos de llevárselas todas. Hay gente que no quiere fotos para no perder su alma y hay quienes la venden para salir en portada.


Ayer, encontré a una cantante irreconocible en primera plana y hoy, a una política a doble página. Hace años las mujeres que salían a doble página posaban para Interviú y las que se inmortalizaban sugerentes decoraban los talleres mecánicos. Me soliviantan estas fotos, pero puede que esté siendo invadida por prejuicios machistas. Intentaré ver las cosas desde otro ángulo, al fin y al cabo, si se puede hacer frente al debate de la Nación, ¿qué dificultad representa entornar los ojos y tensar sutilmente los labios?. Entonces, lo que falta es que llegue un alto cargo con poses de seductor, un periodista, un analista económico, un controlador... Se lo piensan mucho, por aquello de la credibilidad supongo, pero llegará... porque Obama no se corta si tiene que desabrocharse una camisa, quitarse un zapato o coquetear con la Primera Dama.


Tampoco hay que darle muchas vueltas al tema. Nos encanta que nos miren, es el requisito previo para la admiración y ésta, la condición necesaria para un enamoramiento. Por eso posan los escritores, los policías, los bomberos, las azafatas de Ryanair, la portavoz del partido, la concejala de fiestas, el poeta atormentado, la escritora laureada. Ávidos de miradas y de afectos.

4.10.10

Meditación



En mitad de una noche cualquiera, se levanta como sonámbula. Se despierta sin motivo, escuchando una voz muy clara. Oye las sílabas llegar desde lejos, vienen sin invocarlas. Busca papel a tientas y transcribe las palabras. Con buena caligrafía sigue a la voz noctámbula. Así, permanece durante horas y va llenando las páginas. El relato en su lectura no significa nada. “No es el significado, lo importante es la danza” explica de madrugada. “Es un ritmo, un compás, una cadencia que acuna y calma. ASDFG ASDFG ASDFG ASDFG, sería su traducción automática”. Cuando se apaga la voz, ella se queda exhausta. Vuelve a la cama, tranquila, bajo el efecto de un mantra.

27.9.10

Bocados



Hoy le tocaba a Cristina elegir el restaurante para comer y nos ha llevado a un sitio chic. Una de esas catedrales de diseño minimalista, donde te atienden camareros que cambiaron la grasa abdominal por buenos bíceps, que visten íntegramente de negro, se depilan las cejas y tienen una sonrisa perfecta. La comida se pierde en platos inmensos y cuadrados, pero Cristina no necesita más de veintiún gramos para alimentarse. Ella disfruta con el contacto metálico de la punta del tenedor, a juzgar por su forma de separarlo de la boca. A Mercedes sin embargo, los sitios donde la comida escasea le agrian el carácter y no le queda otro remedio que cambiar por tragos todas las cucharadas que le escatiman.

  • Lola, ¿cómo quedaste con aquel concurso de escritura sobre mujeres objeto? -pregunta Cristina.
  • Nada. Ni siquiera quedé finalista para que me publicaran el relato -le contesto.
  • No desesperes. Todos esos premios están pactados. Lo mejor es que organicemos un premio en la Biblioteca y te lo concedamos. Hay que lanzarte ya querida, muero de ganas por acudir a un cóctel y hablar con Boris Izaguirre. Sería estupendo, ¿verdad Mercedes?
  • Bueno, también hay que contemplar la posibilidad de que no valga la pena lo que escribe. A mi me parece, Lola, que intelectualizas la escritura. Ser escritora da un aura de exotismo que otras aficiones no proporcionan, pero yo no diría que soy futbolista si lo que me gusta es ver el fútbol -declara displicente.
  • Tienes razón. Se escribe escribiendo y yo no me dedico nada -confieso.
  • Pues claro, sé más pragmática y hedonista que pareces una monja de clausura. Sólo te falta hablar con Dios.
  • No le hagas caso que ya está borracha -tercia Cristina. Tu escribe, que ya me encargaré yo de tu promoción.


Terminamos la comida con cagarrutas de chocolate servidas en baldosas de pizarra. Contentas por el vino y un poco hambrientas.



Al llegar a casa me siento frente a la pantalla dispuesta a escribir. A escribir, no. A mirar el correo. Leo:


Saludos a la joven promesa,


Le escribimos desde la escuela de autores con motivo de la transferencia realizada a nuestra cuenta para la inscripción en el curso virtual “NovelaI”. Le damos la bienvenida y le adjuntamos el archivo con las tareas de inicio y el correo electrónico jovenpromesa17654@novelistas.es a través del cual nos comunicaremos.

Le reiteramos nuestro compromiso de que saldrá de la escuela con su novela. Buena o mala.


Atentamente,


Su tutor



25.9.10

Haruki Murakami



Me aproximé a su escritura con la tríada Kafka en la orilla, Tokio blues y Sputnik mi amor. La muestra, es poco significativa, pero pasarán muchos autores antes de que caiga otro libro suyo en mis manos. Este japonés esquivo domina a la perfección el cajón de personajes evanescentes y el de las melodías. Aunque dé pereza, vale la pena escuchar las referencias musicales que salpican profusamente sus textos, herencia que le quedó por regentar un local de jazz en su época universitaria.


Haruki tiene un estante abierto en mi biblioteca por dos motivos: no le rinde pleitesía a Mishima y es un modelo de calidad de vida. Vive entre Japón y Hawai y no se prodiga mucho por librerías, ni televisiones, para promocionar sus novelas. Seguramente, como no le hace falta, prefiere invertir el tiempo en escribir más y entrenar para maratones. Dicen que de madrugada siempre hay una luz encendida en la habitación del Hotel Halekulani donde está trabajando y después baja un rato a correr por la playa. Cuando vi las habitaciones del hotel pensé que en ese sitio se me iban a agolpar las novelas en los dedos y hasta las piernas me pedirían carreras.


Pensando que era el entorno lo que hacía al escritor compré libretas en paquetes de diez, cambié la máquina de escribir por un ordenador de diseño; quise trabajar en una mesa amplía y adquirí una de dos metros, y a punto estuve de firmar una hipoteca. Invertir en una casa en la montaña, en un lugar remoto y con sólo cincuenta habitantes me parecía lo más sensato para que la inspiración me encontrara. Las páginas se mantuvieron siempre vírgenes.


Esta mañana, al salir a dar un paseo por la Albufera, he saludado a un agricultor absorto en sus pensamientos. Sentado en una hamaca, bajo el emparrado de su casita de aperos, el perro a su vera y en sus manos, unos prismáticos que reposaban sobre su pecho. Alzaba la vista y seguía en el horizonte la linea dorada de las espigas de arroz; se acercaba las lentes y seguía el juego del aguilucho lagunero con las bandadas de ánades del Parque Natural colindante.


-¡Muy buenos días -le he dicho- y ni que escribir tiene!




18.9.10

Yukio Mishima


Llegué a Mishima a través de Nothomb. Debería haberlo considerado una señal de alerta pero estaba tan contenta con Amelie que, por aquello de que un libro lleva a otro, no hice caso del aviso y compré gran parte de la bibliografía del japonés. El recorrido no llegó más allá de sus tres primeras novelas.


Confesiones de una máscara. Escrita a sus 24 años. El protagonista es un adolescente, enamorado de un joven de torso atlético e inmaculado intelecto. Venera a su amado como a un San Sebastián y se imagina, llevándolo a rastras, arrancándole la piel a tiras.


Sed de amor. Tal vez a causa de la sed, los protagonistas viven sus pasiones en silencio. Un diario falso ideado por la protagonista los llevará a todos, entre unas cosas y otras, a pasar por el filo del sable.

El pabellón de oro. Centrado en el concepto de la belleza y sus virtudes, el autor realiza una deriva tal, que el protagonista empieza pisoteando el vientre de una mujer y termina quemando el pabellón de oro. Desde la colina, fumando un cigarrillo observa el fuego avanzar.


Aquí me quedé con su obra, pero el propio Mishima parece más un personaje. Además de su rutina literaria, seguía estrictas sesiones de musculación. Ya escribió en las confesiones: “Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o , al menos no tan pronto como yo”. Mantenía un cuerpo perfectamente trabajado para poder mostrarlo en cualquier momento. Escribía lecciones espirituales para jóvenes samurais y en su tiempo libre impartía docencia para una milicia patriótica. Puestos a enseñar disciplina, participó en un intento de golpe de estado, pero sus pupilos no se levantaron con suficiente ímpetu y fracasó. Terminó su vida y obra practicando seppuku, se abrió en canal y dejó la decapitación para su asistente. Dirán que no se veía venir.


Nothomb también me habló de Céline. Compré sus libros, pero justo antes de abordarlos leí este reportaje. Si alguien quiere los libros se los regalo.


27.8.10

Kafka y yo



Algunas veces he dicho con la boca pequeña que me gusta escribir. Esto vendría a ser falso porque no tengo nada que ofrecerle a un editor, pero en mi fuero interno creo que soy escritora y además muy buena.


Desde que leí a Kafka creo que su celebridad está sobredimensionada y que mis pensamientos y mi obra podrían estar, en un futuro cercano, a la misma altura que la del checo. A mí, Franz me gusta porque escribió poco, porque no terminaba nada, porque no podía estar mucho tiempo en un mismo piso, porque pensaba que el silencio era indispensable para la felicidad y porque miraba las cosas desde ángulos tan complementarios que venía casi siempre a representar un absurdo. Para mí, como que lo entiendo...o eso pensaba.


“Es Isabella, la jaca torda, la vieja yegua, no la habría reconocido entre la multitud, ahora es toda una señora, hace poco nos vimos casualmente en un jardín, en una fiesta benéfica. Hay allí, algo apartada, una pequeña arboleda en torno a un prado fresco y umbroso, lo atraviesan varios senderos, a veces es muy agradable estar allí. Yo conocía de antes ese jardín y cuando me cansé de la fiesta me metí por aquella arboleda. Apenas estoy debajo de los árboles veo que del lado opuesto viene a mi encuentro una señora alta; su altura casi me desconcertó, fuera de ella no había nadie por allí con quien pudiese compararla, pero estaba convencido de que no conocía a ninguna mujer a la que ella no le sacara varias veces -en el primer momento de asombro hasta pensé que infinitas veces- la cabeza, pero cuando me acerqué más, me tranquilicé enseguida. ¡Isabella, la vieja amiga! “¿Cómo has podido escaparte del establo?” “Oh, no ha sido difícil, en realidad me tienen aún por compasión, mi época ha pasado; si explico a mi amo que, en lugar de estar en la cuadra sin hacer nada, quiero conocer un poco el mundo mientras disponga de fuerzas suficientes, si explico eso a mi amo, él me comprende, busca alguna ropa de su difunta esposa, me ayuda incluso a vestirme y me dice adiós deseándome que lo pase bien.” “¡Qué bella eres!”, digo yo, sin ser del todo sincero ni del todo mentiroso.


Me hipnotiza este relato por algún motivo que no sé explicar y le pido a mi madre su impresión. En cuanto termina su lectura dice: “Una putita esta Isabella”. Pero qué ha leído esta mujer y entonces me entra un ataque de risa. Mi madre crece entonces que soy yo la que le está gastando una broma y me dice: “Pero hija, no creerás tú que es una yegua que habla”. Pues sí, sí creo que es una yegua que habla y se viste de mujer y sale en busca de libertad a los pastos, que para eso es Kafka el que escribe. Ella ahora se ríe mordiéndose el labio para no descoyuntarse el maxilar, viéndose ya en la necesidad de explicarme que los niños no vienen de Paris. Es tanta su incredulidad que decide pedir otra opinión “¿Tienes un momento antes de irte para leer una cosa?” le pregunta a mi padre antes de salir. Le tiende el libro y señala los párrafos y tras la lectura se pronuncia: “Una prostituta vieja”. Mi madre le quita el libro de las manos y me mira con conmiseración.

Al final de la mañana, vuelvo a ver a Isabella al establo pero ahora ya no relincha.

26.8.10

¡Manifiéstate!


Manuel se indigna si no participo en las manifestaciones que me propone. Repasa su lista mensual y selecciona, sólo para que le acompañe, las más acordes con mis convicciones.

Él participa en todas. Dirías que es un hiperconcienciado social viéndolo encabezar las marchas; defender con uñas y dientes una causa cuando le ponen un micrófono delante; o desgañitarse aullando consignas que riman.

"Lola, el motivo es lo de menos" me confesó un día. "Yo haría de manifestarse una filosofía de vida. Es lo más cercano que tenemos de nuestro pasado tribal. En una manifestación algo resuena en el interior de cada uno de nosotros. Donde se reúnan unos cientos de personas por una lengua que se extingue, una estafa millonaria, un político corrupto, un cura pedófilo, una antena de telefonía o unos árboles del parque, ríete de los métodos para segregar endorfinas. Gritos, aplausos, clamor, unión, comunión, euforia... En resumen: catarsis colectiva", declama ya en su fase más reivindicativa. "Es como el futbol pero con algo de sentido. Si te has implicado lo suficiente los efectos pueden prolongarse hasta 48 horas".

A mí, sin embargo, me pasa justo lo contrario, sea cual sea el motivo de la marcha siempre acaba invadiéndome un estado de tristeza tal, que por justa que sea la causa vuelvo a casa derrotada. Ante el fragor de la masa me da por llorar.
En mi último intento, Manuel me aseguró que aunque el tema era serio se preveía poca participación. Agricultores y ecologistas en un encuentro muy campechano. El tema de los transgénicos no tiene de momento mucho eco y para algún apunte mediático en el que se podría explicar el tema, el socorrido experto, no viene a decir nada.

Manuel tenía razón, para ser un encuentro nacional la llamada fue de poco alcance. Allí desfilaban la doctora en Biología, el cooperativista ecológico y la periodista inactiva, ellos bien empollados del tocho de Marie Monique Robin, en su cruzada contra el gigante Monsanto. Participaban también el grupo de capoeira al ritmo de tambores, la charanga de abejitas zumbando la abeja Maya, y repartidos entre la multitud especímenes de vacas, mazorcas con tomate, patata y lechugas orgánicas. Todo transcurrió en un ambiente distendido que no se prestaba a demasiadas exaltaciones.
Llegados al final del recorrido, en la explanada de la Plaza del Pilar de Zaragoza, se repartieron cucuruchos de palomitas de maíz y se leyeron manifiestos para clausurar de una manera digna el encuentro. Todo bastante apacible, hasta que llegó, desde la France, un compañero de José Bové. El francés, más ducho en estas lides, se propuso encender una pequeña llama por el movimiento antitransgenía. A medida que avanzaba su discurso, la gente iba encendiéndose. En su arenga de despedida gritó: "¡¡Campesinos del mundo, unigos!!" y aquello fue un clamor. En un intento de quitarle hierro al asunto desvié la atención para observar al fervoroso público, y me encontré a un viejecito de tez morena y bien surcada, manos endurecidas de manejar durante años la azada. Aplaudía emocionado con los ojos brillantes...y yo también.


Manu me ha llamado esta mañana "Lola, a la de hoy no puedes fallar, es por la transhumancia y bajan los pastores con sus rebaños. La piel de gallina". "Que no. Que no voy. Para oír el balido de las ovejas paso" le digo. "Pues no lo entiendo" me responde.










9.8.10

Cigarettes and chocolat milk



Hay conciertos que te persiguen.
Me dio pereza ir a Barcelona a ver a Rufus Wainwright y entonces, a él se le ocurrió pasarse por Valencia. Me avisó de su llegada un titular que pretendía pasar desapercibio. En una esquina y a una columna estaba su nombre, como si hubiese un tal Rufus que se dedicara a la política.
Me invadían, pereza y ganas de ir a partes iguales. Busqué en las crónicas sus conciertos para inclinar a un lado la balanza. La perspectiva no era halagüeña: "Rufus presenta un concierto a medio camino entre un requíem y un velatorio. Sobre el escenario, un piano y sus últimas canciones. Sin aplausos hasta el final para conseguir un ambiente lúgubre. La desnudez de la puesta en escena pone al descubierto sus deficiencias como pianista". Pese a todo, al final siempre obtenía, sorprendentemente, una valoración positiva.
Contra todo pronostico, compré la entrada.
A las puertas del Palau de la Música de Valencia se concentraba un público con mucho estilismo. Parecían estudiosos de las páginas de "The Sartorialist". Ellos, combinaban los pantalones pitillo con zapatos italianos, mayormente sin calcetines; con zapatillas deportivas, con chanclas, y hasta con botas de cowboy. Todos los torsos se cubrían con inexplicables tallas XS. Ellas, se atrevían con menos pero resultaban más glamurosas. Hubo predominio del short con tacones altos, con y sin plataforma; elevada presencia del minivestido vaporoso combinado con sandalia rasa y aparición esporádica del pantalón moruno con bailarinas planas. Todo entraba dentro de unos cánones hasta que apareció Gina Ferri y demostró, que todo aquello era superable. Llegó en el último minuto, evitando así los corrillos. Llevaba un mono de algodón, con caída de seda, color lapislázuli con visos a ultramar. Palabra de honor, sin ornamentos, para mostrar un busto al más puro estilo Nefertiti, con una cabeza rapada perfecta. Durante unos segundos se paralizaron los obturadores antes de que estallaran los flashes.
Casi al mismo tiempo llegaba Rufus al camerino. Pensó que no tenía cuerpo para un concierto tétrico y salió al escenario con una vestimenta que no presagiaba congoja. Llevaba pantalón pitillo, pero él se atrevió con el verde, zapatillas deportivas y blazer amarillo pastel.
Presentó esa noche lo mejorcito y más animado de su discografía.
Si no lo has escuchado nunca, su tono de voz tiene un efecto cosquilleante en el yunque y el martillo, el estribo se contonea de gusto y el mensaje que llega a tu cerebro es que Rufus te gusta. Te gusta como a los chicos que tienes detrás, que le piden descendencía por lo bajini. Te gusta, y desde ese momento le perdonas que seequivoque al piano y hasta piensas que es el mismo piano el que se la quiere jugar. Rufus va cantando y encantando. Lleva su voz arriba y abajo, muy arriba y muy abajo con perfecto dominio. Rie y sonrie y se lo pasa en grande. Por eso será, que al final del concierto la gente se levanta y lo ovaciona.
A la salida, Gina Ferri comentaba a sus allegados que después de escuchar su directo ya tenia motivos para comprar su música.

22.7.10

24.5.10

Con amigos como éstos


Lola creció entre dos grupos de amigos. El grupo de ciencias, formado por seres tremendamente racionales, despreocupados de cuestiones estéticas, y que basaban su conocimiento en datos empíricos; y el grupo de letras, en el que había seres dudosamente intuitivos, ocupados en mostrar una imagen de vanguardia y que asimilaban sus conocimiento a través de largas disertaciones.
Cuando Lola mostró cierto interés por la escritura, en el grupo de ciencias el Doctor cum laudem sentenció: "No escribes mal, pero no me interesa lo que dices", mientras el resto del grupo guardó un elocuente silencio. En el grupo de letras, Don Gasset dijo: "Lo que escribes me parece una pobre regurgitación”, y el resto del grupo calló elocuentemente. Como eran sus amigos, Lola consideraba sus opiniones un potente anclaje para que mantuviera los pies en el suelo y se dejara de ilusiones literarias. Una pequeña muestra, desde el cariño que proporciona un amigo, de la aspereza que podría encontrar en el duro mundo editorial.

Un día, estaba Lola en casa de su vecina tomando una infusión, cuando de repente, llamaron tímidamente a la puerta. Al preguntar quién andaba por ahí, una voz aguda respondió: "Felisa" y apareció tras la puerta una criatura de mirada dulce y sonrisa abierta, que sin dejar tiempo para preguntas empezó a decir: "No me digas nada. Me pareció que no estabas bien y vine a verte," al tiempo que le tendía a su vecina una flor.

Para el grupo de ciencias aquello era una aberración. Arrancar una flor de su ecosistema para llevarla a decenas de kilómetros en coche, aumentando la contaminación atmosférica, por una simple percepción auditiva no era sostenible. Para el grupo de letras, aquello era, a todas luces una excentricidad desafortunada, pretendía ser una metáfora de la amistad pero resultaba inverosímil y entregar una flor era un símbolo tan manido que merecía ser obviado.

Lola, que se había quedado como ausente, sintió que el calvo de la Lotería le soplaba purpurina en la cara y las pequeñas partículas le producían cosquillas en el estómago. Se levantó decidida y se abalanzó sobre Felisa, cogiéndola en volandas y gritando: “¡Gracias, gracias!" y la cubrió de abrazos, como si guardara en su bolsillo un décimo ganador.

30.4.10

El mal de Victoria



La señora Victoria, llegaba a casa como quien huye del mismo diablo. A duras penas podía desembarazarse de su pestilente vestimenta y darle tregua a su inflamada pituitaria. Llegaba exhausta, sin fuerzas siquiera para estirarse en el sofá y concentrarse en la lucha contra unas arcadas concomitantes.
El día que le plantaron un micrófono delante, no pudo reprimir más su angustia y sin sopesar la trascendencia de su discurso espetó: "España huele a ajo". Desde ese día el ajo quedó proscrito en el país.
La sentencia contra el ajo causó un enorme impacto en nuestro orgullo gastronómico y todavía hoy podemos observar sus devastadores efectos:

Aprovechando la oferta del anuncio (cafe con leche, zumo de naranja, tostada con tomate, 2,40 euros) entro en el bar para tomar un receso. Puestos a comer tostada con tomate pienso en añadirle un detalle saludable y le pido al camarero un ajo.
El camarero, un negro que me recuerda al barman de "Vacaciones en el mar", me mira, se marcha y me trae otra cuchara. Un poco más tarde me trae la aceitera y al ver mi cara estupefacta, me dice que sabe que se le olvida algo y no sabe que es. "Un ajo" le repito. Oigo que le comenta a su compañera en la barra mi petición y vuelve para decirme que la salsa de tomate ya lleva ajo. "Ya, pero querría un ajo para restregar en la tostada". Vuelve a la barra y le comenta la incidencia a su compañera. Se va hacia la cocina y vuelve con un bol lleno de cabezas de ajo que me planta delante como para humillarme delante de todo el mundo. Cojo un sólo ajo del bol, como si la Preysler me ofreciese un Ferrero Rocher, y entonces, es él el que me mira estupefacto restregando el ajo con frenesí. Cuando termino todavía lo tengo delante y al mirarlo extrañada me dice: "Entendía "ajo" pero pensaba, no puede ser que pida ajo".
La vecina de mi mesa, que seguía en silencio el espectáculo, ha querido quitarle hierro al asunto comentando: "A mi hijo también le encanta el ajoaceite".



19.4.10

TERCER ACTE


PREÀMBUL


La infermera de l’altre torn m’ha llegit el part: “Mala nit”. Això vol dir tota la nit de vetlla. Algú ha jugat capriciosament amb els ritmes circadians o és el sisé sentit que es posa en marxa.

Ells no poden agafar el son, es desperten sovint i passegen insomnes, amunt i avall, pels passadissos. A ningú li passa desapercebuda la presència de la Parca. Però a la matinada, estragats per l’esforç, deixen caure les parpelles i cedeixen a l’alarma. Ara, la majoria dormen.

Durant uns segons he estat temptada de deixar que descansin una mica més, però, una debilitat com aquesta és com un efecte papallona: uns minuts de tendresa aquí es convertiran en hores d’enfrontaments enllà. Cinc minuts de pròrroga i de retorn, hores de descontrol. El desgavell arribarà en forma de col·lapse a la cuina, discusions en la consulta i aldarulls als tallers....Ho he visualitzat tan ràpid, que no ho he pensat més. Enèrgica, he trucat a cada porta, obrint i encenent el llum. Els he escridasat a tots fent-me l’enfadada. Algú els havia d’obligar a posar els rellotges a l’hora.

Fa deu anys que treballo a la residència, jo tampoc m’acostumo a la presència de la mort. Mentre preparo el material del carro de cures, tancada a la sala on es passen les visites mèdiques, m’assalten els pensaments pel flanc esquerre. Ràpidament, faig un combinat d’idees de la meva especialitat: anàlisi vertiginós i catastròfic de la situació general. Combinat que diu: “Entrar en una residència és la penúltima desgràcia. No ho dic per dir-ho, és el que se’ls hi veu als ulls els primers dies d’estada. Mai acabo d’entendre com es refan. Potser és el veritable abast de l’instint de supervivència”. Col·loco les coses de manera automàtica, guants de vinil al costat dels guants de latex (manies dels metges i l’al·lèrgia), punxo el tap del sèrum, verifico que hi ha prou desinfectant i preparo duess piles de gases. Si segueixo deixant-me assaltar per aquest flanc en poques hores deprimiré el més entusiasta. Necessito amb urgència la pausa del matí. Prendre un café tranquil·lament i fullejar una estona el diari.

Amb un bon café i una mica de distància sóc capaç de fer un altre combinat d’idees: anàlisi entusiasta i conciliadora. Combinat que diu: “Entrar en una residència és seguir la vida en un altre escenari. El càsting demana equipatge ultralleuger. La caracterització treballa les arrugues i els cabells blancs a dojo. Una vegada més, la vida passa per una mudança. Ells són ben conscients de l’adaptació que es demana”.


ESCENA


Ja ho diu bé l’escriptor Manuel Vicent: “Quan un arriba a gran, fins i tot quan és molt vell, encara té grans coses a fer, per exemple morir-se o en el seu defecte pujar l’Himalaia”. Afortunadament, no hi a cap del nostres que vulgui anar cap a Katmandú. No és que els menystingui, només, que jo hi hauria d’anar i no n’estic disposada.

A més, prou coses poden fer aquí com per marxar tant lluny. Ben mirat, encara els falta temps si han d’acudir a totes les propostes: classes d’informàtica, estiraments al gimnàs, aprenentage de natació o filigranes de moviments isomètrics en remull. Oferir una activitat aquí, no és qualsevol cosa.

Si toca tirar-se a la piscina, crear una xarxa social, o qualsevol altra novetat, ho fan deixant-hi la pell, metafòricament parlant; però, a més, s’hi deixen els ulls i es carreguen de lessions musculars. Des d’aquesta torre de vigilància no em puc descuidar de tenir sempre un bon stock de coliris, antiinflamatoris i cabaços d’ibuprofé preparats a la farmaciola.

Cert, que amb les noves activitats tots han reviscolat i la dinàmica de la residència va un punt més accelerada. No hi ha gaire estona per parar i sempre pots resoldre alguna cabòria.

La Dora, aprofita que no estic a la consulta, per fer-me sabedora dels seus neguits, més a títol personal, com diu ella. Treu el cap pel taulell i em crida com preocupada.

- Anna, què tindràs un moment?.

- Ara estic per tu Pilar, un moment que estic esmorzant. Què és alguna cosa urgent?.

- Urgent...-tarda en continuar el que tardo en apropar-me-. Ahir, vaig escoltar a la tele al traumatòleg de l’Hospital Clínic. Sembla que a la meva edat les possibilitats de tenir la tendinitis del mànec rotatori és molt alta. I això és el primer pas cap al trencament del tendò. Avui que m’hi he fixat, mira, només puc pujar el braç fins aquí –explica al mateix temps que fa rodar el muscle- i així, ja em fa mal.

- Pilar, als setanta anys totes les possibilitats han augmentat, però no creus que tens unes articulacions d’acer si ho compares amb les d’algú que en té vuitanta? –li dic.

Potser no és la resposta més comprensiva que li puc donar, però aquesta dona coneix les malalties i la simptomatologia que cursen, més detalladament que el propi metge. Només si trobo una resposta prou contundent li puc fer desaparèixer els símptomes i deixar-la a l’instant curada. No serà una cosa definitiva, però així tardarà uns dies fins que torni amb un nou autodiagnòstic.

La Rosa poseeix un imant que enganxa qualsevol terme del vocabulari mèdic. Sigui a partir d’una conversa o d’una emissió televisada. Memoritza paràgrafs de reportatges mèdics i recorda dades concretes d’històries clíniques. Hi va haver un temps en què la cosa va créixer de forma desmesurada. El Dr. Vila, el metge de capçalera, ens va donar l’alerta: “Aquesta dona porta camí de ser un cas clar de malalta imaginària. Com pot tenir tanta informació especialitzada?”. Després d’algunes coincidències i averiguacions es va arribar a la causa. Allò era el resultat d’una lectura estudidada dels “Avances en Geriatria”, la revista que omplia el buit d’una taula i que a qualsevol altre li passa desapercebuda. Potser li vam tallar les ales cap a una llicenciatura en medicina (arribarà el dia que voldran anar a la facultat) però quan vam decidir guardar la revista en arxivadors de cartró, la Rosa comença a trobar-se més sana.

Abans que pugui continuar esmorzant, passa la Dora com una exhalació, s’atura uns segons i deixa l’avís.

-Anna, surto un moment... que he de fer una fotòcopia. T’ho dic per si em busquen, potser no arribo al taller de lectura -detalla.

- No és millor que li diguis a la secretària?.

- No..., aprofito també per anar al banc. Necessito una targeta de coordenades. No acabaré mai de fer una compra per Internet! –afegeix mentre marxa precipitada.

I tant que acabarà de fer la compra!. Ho sé des del mateix dia que va tornar de classe amb els ulls que li feien pampallugues. Li havien contat una història fantàstica. L’Albert, el voluntari que els ensenya informàtica, els havia explicat: “Les coses ara han canviat molt. La gent fa les compres per Internet. S’entra a la tenda virtual, afegeixes les coses a un carret virtual, dones les teves dades, fas el pagament telemàtic... i t’ho porten a casa”. No ho va acabar d’entendre, però començà a veure com es disolvien moltes traves: les cames inflades de caminar, les tendes de sempre amb productes obsolets, poques possibilitats de provar novetats, peticions una mica compromeses al Pere... Si superava tots els obstacles que el món virtual li possava, imaginava el comerç mundial als seus peus. Paquets d’arreu del món, arribarien a nom seu a la recepció de la residència.

La Dora està feta d’un material recarregable. Allò que toca li dona corda. Es una dona menuda, seca, de metabolisme accelerat. A força de demanar-li el màxim li ha quedat un cos ben eixut i la pell s’enganxa a una reduïda capa de musculatura. És àgil i es mou amb certa gràcia.

A més del seu caràcter emprenedor, té un gran aliat: el seu fill Pere. Aquest homenot li consenteix tot el que demana. Temps li va faltar per arreglar-li els papers per a la targeta de crèdit. Per a no aixecar suspicàcies explicava: “Ma mare, és que es fa un embolic amb els euros, així amb la targeta li serà més còmode”.

El Pere és com de la casa, treballa a prop i si té una estona passa a veure com van els asumptes de sa mare. Si es troben, perquè la Dora sempre està ocupada, seuen en un banc del jardí, a la zona més asolellada i com ella és tan petita i ell tan ferreny, la posa sota l’aixella con si ell fos una lloca.

- Mare ets molt tossuda, no estaries millor a casa nostra?

- Deixa-ho ja Pere, vosaltres heu de fer la vostra vida. Jo aqui no em trobo sola. Canviares el pijama?-li pregunta per concloure l’asumpte.

- Si ja l’he canviat. –li diu mentre li mostra el nou paquet que ella obre emocionada.

Li ha portat un camisola de ras negre. Senzilla i sensual alhora.

- No creus que és una mica atrevida per anar per aquí mare?. No seria millor que tinguessis un pijama?.

- Fill, no visc a un hospital –li diu mentre li fa un petò a la galta.


El fill de la Dora és un cas excepcional. Perquè dels familiars no en voldria parlar massa. Amb el temps, la majoria comencen a desdibuixar-se. Ara venen sovint, ara allarguen més la visita a l’àvia. Sembla com si el vincle ja estigués corcat quan els deixen a la residència. N’hi ha, que arriben a l’oblit abans de que es morin, n’hi ha que començen a sentir nosa. Com el cas de l’Adelaida, quin ridicul! i quina ràbia!. El fill aparca el cotxe a la porta (encara no s’ha enterat que tot està sota vigilància). Mare i fill pugen al cotxe que mai es posa en marxa. Allí están sense moure’s, deixant que passi un temps prudencial per a la tornada. Escolten la ràdio o ell passa el temps mirant el diari. Després, ell pot contar que han caminat fins la pastisseria i que ha consentit mimar-la.


BASTIDORS


La Rosa i la Dora, comparteixen l’habitació. Aparentment, diries que no tenen cap punt en comú, aquí no es fan test de compatibilitat per triar la millor companya. L’assignació de places segueix escrupolosament l’ordre d’arribada i és l’atzar qui decideix.

No puc dir que les habitacions siguin acollidores. Un vent glaçat et recorre l’esquena quan obres la porta per primera vegada. Quatre parets despullades, un llit i una petita taula. Els mobles estan lluny dels estàndards de disseny i confort. Impera a la residència una filosofia de compres basada en la llarga durada i la facilitat de neteja.

Tot i parèixer desangelada, hi ha alguna cosa de molt personal que la diferencia: ofereix una forta resistència a impregnar-se de l’olor a desinfectant i ambientador amb que es neteja la casa. Potser té l’explicació, el que els armaris atapeïts de decenes de capses amaguen. D’una banda, la Dora guarda les mil i una andròmines, de l’altra, la Rosa colecciona els cent secrets de bellesa de l’àvia.

La Rosa i la Dora, no són tan dispars com es pensen. Tenen un punt de convergència: ocult en un racó de les seves vides viuen les històries d’amor més populars de la residència. Les dues guarden el secret amb recel, però les càmeres de seguretat del recinte en son testimonis directes.

La Dora, quan tot està en calma i s’escolten els primers roncs, surt com una gasela cap a l’habitació del Jaume. Un jubilat de casa rica, que disposa d’una habitació per a ell sol. Ells sempre estàn junts, allà on va el poal va la corda. Però el Jaume no accepta que viuen com home i dona. Ell té una reputació i per un vidu de casa bona, és més fàcil acceptar tenir-la com una germana.

- La història de la germana petita és ridícula Jaume –insisteix la Dora-. Això no s’ho empassa ningú. A més, si a la gent res l’importa el que facis darrere la porta.

- Dora, no siguis tan llençada, sóc un vidu respectat.

-Doncs això serà ara. La fama et precedia Jaume, et coneixo des de l’escola –li recorda maliciosa-. No penso fer el paper de germana. Per mi, ets el meu home.

-Només et demano que siguis discreta, no vull cap escàndol.

-No vols que sortim als diaris Jaume? . “Passió al geriàtric de Santa Anna”.

-Dora, prou de broma. I posa’t la bata per sortir, amb la camisola que portes faries un cataclisme a la sala.

-Vaja amb el vidu, quina reputació tan ben guanyada!. –Li fa un petò i marxa de l’habitació tota cofoia.

Passada la nit, la porta del Jaume s’obre centímetre a centímetre. La Dora surt com una sonàmbula, vestida amb una bata d’elefanta. Em fa una mica de por si apareix de sobte en la pantalla, amb la bata llarga fins als peus i la melena solta i blanca.

A poc a poc, entra en l’habitació on l’espera impacient la Rosa. Fa que dorm però la respiració agitada delata que està desperta. Es posa nerviosa perquè la Dora es retarda i no tindrà prou temps per a la sessió de bellesa diària.

Alguna vegada, la Rosa ja estava aixecada. Però llavors, fan un diàleg que saben de memòria:

- Quina mala cara Dora, què no has dormit bé? –comença la Rosa.

- Dormo bé, però poc –li contesta sincera.

- Ja veus, jo en canvi dormo com un soc –li recorda mentidera.

Una entra de nou al llit i l’altra surt de l’habitació amb la maleteta d’estris carregada.

La Rosa pateix totes les malalties, però a primera hora del matí diries que és una altra. Es desperta aviat, amb un formigueig que li recorre l’abdomen i de seguida, comença a estar excitada. Quina roba es posarà avui?, li dirà que la troba maca?. Quan ja no pot pensar més, s’aixeca per començar la rutina diària.

Primer, li dedicarà una bona estona al cabell, l’ha de cardar bé, pentinar i posar laca. La Rosa no pot concebre un pentinat esbonyegat, com porten moltes de la residència. Es rentarà la cara i la deixarà ben lluenta amb el sabó de glicerina i aigua freda. Després, posarà un ditet de crema hidratant a l’oli de karité a cada galta i es farà un suau massatge fins que la crema quedi absorbida. Afegirà un toc de color rosat a les galtes. Farà amb el pintallavis dues ratlletes i premerà els llavis com si mossegués desdentada per repartir el color. Un rajolí d’aigua de colònia i Sortirà de l’habitació com transportada.


A les vuit, el Lluís passa puntual per les escales de l’edifici cap al menjador.

- Roseta, que maca estàs avui –li diu entusiasmat, com si fos la primera vegada que la veu-. Si vas cap al menjador, t’acompanyo.

El Lluís li ofereix el braç i ella l’agafa. Ell li posa la mà damunt i amb les mans enllaçades tenen uns minuts de conversa. Any rere any mantenen aquesta intimitat que no avança més que un ball per setmana. Pugen cap al menjador com si l’encontre fos fruit d’una casualitat. Una casualitat que passa puntualment a les vuit de cada dia, des de fa més de dos anys.

-Rosa, podrem ballar junts aquesta setmana? –li pregunta sense gaire esperança.

-Si...si ballarem, ja ha passat prou temps. Però recorda, n’has de treure primer a d’altres. Saps que la gent malparla.


DESENLLAÇ


Un dia més, la Rosa ha sortit de l’habitació com una Julieta a qui el seu Romeu espera. Vestida com per anar de festa, ha arribat a peu d’escala i el Lluís no hi era. Ha esperat uns minuts sense donar-li més importància. Han passat cinc minuts més i el Lluis no s’hi presentava. Quan el temps ja no deixava espai pel dubte, ha marxat al menjador sola.

Aquesta vegada no ha trobat el Lluís per acompanyar-la. A la taula, el seu lloc és buit i la resta de companys fan que no es nota. Tots guarden silenci. Ningú no parla quan hi ha una absència, cap pregunta ni cap menció a qui falta. Mengen mirant el plat, prenen la medicació i s’aixequen quan l’esmorzar s’acaba. Demà tindràn un nou company a la taula.

També la Rosa intentava provar la llet, es portava el got al llavis però el líquid no passava. Sense poder estar més estona ha marxat a fora.

L’he vist passar derrotada cap a l’habitació. Cap pregunta de medicina per saber dels seus neguits. Cap comentari, més a títol personal, com diu ella.

Difícil fullejar avui el diari, el cap em va de l’anàlisi catastròfic als records de l’entusiasta.... La Dora em crida des de fora.

- Anna, mira a veure la Rosa, a tu que et fa més cas. S’ha posat al llit, amb les sabates de taló i el vestit de mudar. Diu que ja la poden soterrar.

18.3.10

Señales de humo

Mi madre friega las cacerolas en la cocina y de repente lanza un grito que es una orden: “¡Claraaaaaaaa, cierra la ventana que ya están escupiendo mierda esas chimeneas!”. Se pone muy nerviosa cuando ve la invasión de columnas de humo que avanza por el oeste.

La abuela sin embargo, se pasa las horas mirando por la ventana sin ningún miedo. Ella conoce a las nubes por su nombre. A veces le hablan y le cuentan sus intimidades: si llevan agua o granizo, si vendrá viento o amenaza tormenta. Las abuela desde su sillón las ve formarse, crecer y marcharse. Yo ya conozco a "cúmulo", una nube gris y enfadada, y alguna vez he reconocido, a bote pronto, el "estratocúmulo", un pariente cercano, gigante e inofensivo. La abuela mantiene la esperanza de ver un día “mammatus”, la más sofisticada.

Me cuenta que al oeste están las fábricas de nubes y es entonces, cuando mi madre sale furibunda de la cocina con los brazos en jarra y la amenaza diciéndole que ni se le ocurra insinuarme que esa porquería son nubes, sólo faltaría que me dijese que huelen a jabón. “Están hechas de vapor con sulfuro o nitrógeno, envenenadas con cloro. Cubren la ciudad de productos tóxicos y nos traen el sufrimiento a las plantas de oncología y el horror de las matronas tras algún parto”.

La abuela mira fijamente a mamá, como cuando sabes la verdad pero no la quieres decir.

Mi abuelo murió de cáncer y mi madre no entiende de nubes