27.9.10

Bocados



Hoy le tocaba a Cristina elegir el restaurante para comer y nos ha llevado a un sitio chic. Una de esas catedrales de diseño minimalista, donde te atienden camareros que cambiaron la grasa abdominal por buenos bíceps, que visten íntegramente de negro, se depilan las cejas y tienen una sonrisa perfecta. La comida se pierde en platos inmensos y cuadrados, pero Cristina no necesita más de veintiún gramos para alimentarse. Ella disfruta con el contacto metálico de la punta del tenedor, a juzgar por su forma de separarlo de la boca. A Mercedes sin embargo, los sitios donde la comida escasea le agrian el carácter y no le queda otro remedio que cambiar por tragos todas las cucharadas que le escatiman.

  • Lola, ¿cómo quedaste con aquel concurso de escritura sobre mujeres objeto? -pregunta Cristina.
  • Nada. Ni siquiera quedé finalista para que me publicaran el relato -le contesto.
  • No desesperes. Todos esos premios están pactados. Lo mejor es que organicemos un premio en la Biblioteca y te lo concedamos. Hay que lanzarte ya querida, muero de ganas por acudir a un cóctel y hablar con Boris Izaguirre. Sería estupendo, ¿verdad Mercedes?
  • Bueno, también hay que contemplar la posibilidad de que no valga la pena lo que escribe. A mi me parece, Lola, que intelectualizas la escritura. Ser escritora da un aura de exotismo que otras aficiones no proporcionan, pero yo no diría que soy futbolista si lo que me gusta es ver el fútbol -declara displicente.
  • Tienes razón. Se escribe escribiendo y yo no me dedico nada -confieso.
  • Pues claro, sé más pragmática y hedonista que pareces una monja de clausura. Sólo te falta hablar con Dios.
  • No le hagas caso que ya está borracha -tercia Cristina. Tu escribe, que ya me encargaré yo de tu promoción.


Terminamos la comida con cagarrutas de chocolate servidas en baldosas de pizarra. Contentas por el vino y un poco hambrientas.



Al llegar a casa me siento frente a la pantalla dispuesta a escribir. A escribir, no. A mirar el correo. Leo:


Saludos a la joven promesa,


Le escribimos desde la escuela de autores con motivo de la transferencia realizada a nuestra cuenta para la inscripción en el curso virtual “NovelaI”. Le damos la bienvenida y le adjuntamos el archivo con las tareas de inicio y el correo electrónico jovenpromesa17654@novelistas.es a través del cual nos comunicaremos.

Le reiteramos nuestro compromiso de que saldrá de la escuela con su novela. Buena o mala.


Atentamente,


Su tutor



25.9.10

Haruki Murakami



Me aproximé a su escritura con la tríada Kafka en la orilla, Tokio blues y Sputnik mi amor. La muestra, es poco significativa, pero pasarán muchos autores antes de que caiga otro libro suyo en mis manos. Este japonés esquivo domina a la perfección el cajón de personajes evanescentes y el de las melodías. Aunque dé pereza, vale la pena escuchar las referencias musicales que salpican profusamente sus textos, herencia que le quedó por regentar un local de jazz en su época universitaria.


Haruki tiene un estante abierto en mi biblioteca por dos motivos: no le rinde pleitesía a Mishima y es un modelo de calidad de vida. Vive entre Japón y Hawai y no se prodiga mucho por librerías, ni televisiones, para promocionar sus novelas. Seguramente, como no le hace falta, prefiere invertir el tiempo en escribir más y entrenar para maratones. Dicen que de madrugada siempre hay una luz encendida en la habitación del Hotel Halekulani donde está trabajando y después baja un rato a correr por la playa. Cuando vi las habitaciones del hotel pensé que en ese sitio se me iban a agolpar las novelas en los dedos y hasta las piernas me pedirían carreras.


Pensando que era el entorno lo que hacía al escritor compré libretas en paquetes de diez, cambié la máquina de escribir por un ordenador de diseño; quise trabajar en una mesa amplía y adquirí una de dos metros, y a punto estuve de firmar una hipoteca. Invertir en una casa en la montaña, en un lugar remoto y con sólo cincuenta habitantes me parecía lo más sensato para que la inspiración me encontrara. Las páginas se mantuvieron siempre vírgenes.


Esta mañana, al salir a dar un paseo por la Albufera, he saludado a un agricultor absorto en sus pensamientos. Sentado en una hamaca, bajo el emparrado de su casita de aperos, el perro a su vera y en sus manos, unos prismáticos que reposaban sobre su pecho. Alzaba la vista y seguía en el horizonte la linea dorada de las espigas de arroz; se acercaba las lentes y seguía el juego del aguilucho lagunero con las bandadas de ánades del Parque Natural colindante.


-¡Muy buenos días -le he dicho- y ni que escribir tiene!




18.9.10

Yukio Mishima


Llegué a Mishima a través de Nothomb. Debería haberlo considerado una señal de alerta pero estaba tan contenta con Amelie que, por aquello de que un libro lleva a otro, no hice caso del aviso y compré gran parte de la bibliografía del japonés. El recorrido no llegó más allá de sus tres primeras novelas.


Confesiones de una máscara. Escrita a sus 24 años. El protagonista es un adolescente, enamorado de un joven de torso atlético e inmaculado intelecto. Venera a su amado como a un San Sebastián y se imagina, llevándolo a rastras, arrancándole la piel a tiras.


Sed de amor. Tal vez a causa de la sed, los protagonistas viven sus pasiones en silencio. Un diario falso ideado por la protagonista los llevará a todos, entre unas cosas y otras, a pasar por el filo del sable.

El pabellón de oro. Centrado en el concepto de la belleza y sus virtudes, el autor realiza una deriva tal, que el protagonista empieza pisoteando el vientre de una mujer y termina quemando el pabellón de oro. Desde la colina, fumando un cigarrillo observa el fuego avanzar.


Aquí me quedé con su obra, pero el propio Mishima parece más un personaje. Además de su rutina literaria, seguía estrictas sesiones de musculación. Ya escribió en las confesiones: “Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o , al menos no tan pronto como yo”. Mantenía un cuerpo perfectamente trabajado para poder mostrarlo en cualquier momento. Escribía lecciones espirituales para jóvenes samurais y en su tiempo libre impartía docencia para una milicia patriótica. Puestos a enseñar disciplina, participó en un intento de golpe de estado, pero sus pupilos no se levantaron con suficiente ímpetu y fracasó. Terminó su vida y obra practicando seppuku, se abrió en canal y dejó la decapitación para su asistente. Dirán que no se veía venir.


Nothomb también me habló de Céline. Compré sus libros, pero justo antes de abordarlos leí este reportaje. Si alguien quiere los libros se los regalo.