10.12.10

Navidad



Para la mayoría de mis compañeros de trabajo la cena de Navidad resulta un fastidio. Acuden como deferencia a la empresa por el contrato que ésta les brinda y porque saben que al final, las reticencias quedarán diluidas en alcohol. En las antípodas de este planteamiento se encuentra Pedro, que espera esta cita anual para ratificar, un año más, su condición de macho dominante.

Una semana antes de la cena, empieza a salir de su despacho con mayor frecuencia y pulula por la oficina pidiendo ahora un clip, ahora unos archivadores. Aprovecha el juego que da la fotocopiadora, con sus atascos y sus mensajes de aviso, para ir sondeando al personal, en especial a las chicas de incorporación reciente:

- ¿Te has apuntado a la cena? –pregunta solícito.

-No, todavía no –le responde sin entusiasmo, pero con sonrisa intencionada.

- Anímate mujer, que nos lo pasamos siempre bien. Así también nos conocemos un poco que en estos sitios grandes no sabes con quién trabajas –comenta ingenuo.

Esa noche sin necesidad de que su mujer le aconseje, se pone la camisa de los momentos elegantes, el pantalón de pinzas y unos zapatos sin lustre. Se mira al espejo y se fija en sus sienes más blancas y en las finas líneas que rodean sus ojos. Se mira y se ensimisma. Pedro fue la ricura de la casa, el joven deseado de las aulas y ahora ya ha llegado a esa etapa de hombre maduro atractivo. Muy atractivo. No cabía otra opción para él, pues su cara muestra una simetría perfecta, desencadenante de la atracción en el género humano, a lo que hay suma una mirada pícara y una sonrisa algo sincera. De su cuerpo no tiene queja, de haber vivido en la época griega estaría esculpido, y en el presente, sigue a diario estrictas sesiones de ejercicio controlado. Sí, la imagen del espejo le grita que es un hombre hecho para triunfar. No se trata de un exceso de vanidad, es el resultado aplastante de su amplia experiencia con las mujeres.

Aunque todas las cenas resultan iguales, siguen teniendo para él un puntito de excitación ante la incertidumbre que le hace entrar eufórico en la sala y saludar a todos los compañeros como si del anfitrión se tratase. En la mesa, ocupará un sitio a mi lado, no desvelo ningún secreto si digo que fuimos amantes, y alrededor suyo se sentará un nutrido grupo de féminas a las que presentará invariablemente su faceta solidaria en la cordillera de los Andes.

- Pedro, ¿son más ardientes las latinas? –le pregunta Jorge.

- Eso dicen. Aunque yo voy allí para colaborar – responde con sorna.

- A colaborar en el aumento de la población, canalla. – responde rápido y se ríen cómplices.

Por muchas objeciones que se le puedan poner a sus historias, son siempre bien recibidas. Más que hablar hipnotiza, su belleza parece inhibir cualquier capacidad de razonamiento y recoge de sus anécdotas un reguero de sonrisas y exclamaciones.

Al escuchar los primeros compases de una canción de ritmo caliente es cuando le sobreviene a Pedro esa necesidad imperiosa de reafirmarse. Siente entonces un deseo irrefrenable por empezar a bailar y corta de súbito su periplo por los Andes. Por supuesto, no elige al azar a su pareja baile, su intención esperaba agazapada a que llegara el momento oportuno. Llegado ese momento, clava su mirada fijamente y se lanza decidido a buscarla. Suerte que aprendió a ralentizar el paso y sonreír al mismo tiempo, de lo contrario pensarías que es una fiera.

4 comentarios:

  1. Hola aguas arriba, esas cenitas dan mucho de sí.
    Pero esconden tanta solitud y tanto miedo.
    Un reflejo más de la sociedad que nos ha tocado vivir.
    Los caza polvos.
    Las frustradas, escondidas tras la ropa y el maquillaje sugerente. Que no harían por un piropo, por un roce, por la admiración, por el coqueteo, por estar en el punto de mira.
    Los poderosos es su línea jerárquica. fingiendo ser accesibles.
    Los desapercibidos, más visibles que nunca.
    Los simpáticos desbordantes. La camaradería en todas sus etapas, por encima de todas las alegrías.
    Todos hemos pertenecido a uno de esos grupos, siempre con la mejor intención;las otras intenciones ya la ponen otros.
    Pero eso en el fondo, es soledad; la soledad en la que nos ha envuelto la velocidad con que se vive la vida. Somos el resultado de generaciones frustradas, por la ambición, por el progreso, por el estatus, por la superación, la competitividad.

    Me ha encantado tu relato.

    A ver si nos vemos pronto.
    Un beso

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  2. Déjame comentarte que ya tuve la famosa cenita navidades. Esta vez estuve lista, que aguanté en el curro hasta la fecha. Pero ni fieras ni asombros. Comida grasa y spor hasta decir basta. Eso pasa por no ver la tele. Una esta en otra dimensión espacio-tiempo. Y no digo que sea mejor.
    ¿Para cuando publicas tu libro?
    Desafíanos.

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  3. Si el gobierno propone una ley, o mejor, si bajo alarma de estado, se obligara, mediante petición militar, que todos los varones que acudan a cenas de navidades fueran ya masturbados, estos comportamientos serían otros y no se tendría que aguantar al típico plasta empalmao que se hace el guay.

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  4. !Ay no! que esa cena es la culminación de un año de trabajo. Heidi.

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