15.3.11

En vela


La gata del solar ronronea si no tiene de qué preocuparse, si busca hacer amigos o si se entretiene, porque es coqueta. Maúlla quejosa si le da mucho sol en la cara y ladea insinuante su cabeza si se siente observada. Ahora no busca la complacencia de nadie. Hace rato que se lamenta y parece desconsolada. Dirías que llora, que no entiende por qué esos gatos, tan educados en apariencia, no bajan a estar con ella. Deben de conformarse acompañando a las damas, o serán fieles y no causan problemas, o tal vez son castrados, sin otro deseo más urgente que el orinar en su bandeja. Pero ella no quiere ahondar en la pena y la aleja pensando “otros habrá en el vecindario que serán más útiles”. Entonces vocifera, en parte porque está enfadada y en parte porque ordena, ¡qué se muevan ahora mismo los gatos apoltronados! Los que están en el sillón viendo la tele, y piensan si sí o si no salir de casa, sopesando más los contras, por pura pereza. Porque el programa que están echando es malo pero andar por la bajante es un riesgo, y ya no creen tener siete vidas y seguro acaban en el veterinario. “Que salga misi que tiene mejor acceso por el tejado” piensa uno desparramado en el sofá, “que salte fiero que es joven y le van esas pelanduscas” piensa el otro aovillado sobre su colcha. Ni uno ni otro se mueven y la gata empieza a impacientarse, no porque los espere, ¡qué ha de esperar de esos acomodados! Ella sigue su instinto y allá ellos con sus concesiones. Entonces, más que maullar grita, enviando un aviso urgente para los callejeros. Esos gatos pardos que deambulan insomnes calle arriba y abajo, un poco aburridos y sin otra ocupación que inspeccionar las trampillas y vigilar los desagües. Lleva un rato llamando y éstos tampoco aparecen y ella empieza a desesperarse. ¡Malditos indigentes que acaban siempre prostituidos!, Amigos de esas viejas que les ofrecen puntuales raciones de enlatados por dos lametones y tres carantoñas. No piensa la gata que la naturaleza la abandone a su suerte, ni se plantea esperar paciente la llegada de un nuevo celo. Lanza ahora alaridos, maullidos de honda vergüenza. Reniega de los de su especie y los insulta llamándolos mininos de peluche y felinos de baratija, los amenaza con ir a buscar un caniche. Espera que esos insultos lleguen al puerto, a oídos de algún gato salvaje. Que venga al menos uno de esos pendencieros, apestando a humo y oliendo a raspa, de esos que juegan a las cartas y relamen el vino, que no buscan más trato con los humanos que el de aprovechar sus desperdicios.

Berta se ha despertado de su plácido sueño por algo parecido a un llanto pero que no era de un niño. Ha sido la gata tricolor que vive en el solar y ve tomando el sol por la mañana. Maullaba, al principio insistente y algo apenada, más tarde sin recato y angustiada. Afortunadamente, parece que ya se ha calmado. “Pobre” piensa mientras se acerca a buscar la espalda de su marido que está durmiendo a su lado. Despacio, lo cubre con mimo, lo arropa apretando el pecho contra su espalda, se pliega con sigilo en su cadera y dobla las rodillas para acoplarse en sus corvas. Roberto inspira hondo y de repente se sacude, o le da un espasmo, o algo a medio camino entre reflexionado y reflejo pero inconfundible. Entonces Berta se separa y se vuelve mirando al techo, con los ojos abiertos, sabiendo que a oscuras no se ve nada, y los abre cada vez más y piensa en la gata, en la certeza de que encorvaría su lomo y erizaría su pelo.

1 comentario:

  1. A mí también me parece que cada vez estamos más dóciles y asexuados. Saludos.

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