Con una mano se estira la piel del cuello y con la otra se pasa la maquinilla a contrapelo. Da una pasada larga y lenta sobre la espuma y limpia la cuchilla agitándola en el agua. Cuando oye la cerradura de la puerta, Paco se mira en el espejo y respira aliviado. Al menos, ya está en pie ahora que su mujer ha vuelto de hacer la compra en el mercado, y eso lo deja más cerca de parecer un perezoso que un vago. Lola llega con el cesto cargado y cuando asoma por el vano de la puerta le increpa:
- ¿Pero todavía estás tú aquí? –sorprendida, aunque no tanto.
- ¿Tendré que ir bien afeitado no? –le responde buscando una de sus debilidades.
- Lo que tendrías que hacer es salir más temprano y no cuando el sol cae a plomo.
- Al sol no le tengo yo miedo y a la tierra, que más le da verme “a menos cuarto” que “a y media”. En el campo no hay tiempo, solo constancia. Ni horas, ni final de trabajo.
Para cuando podría estar escuchando las sinrazones de su marido ya se ha ido a la cocina a sacar y ordenar la compra. Desde allí le avisa:
- Ponte la camisa limpia.
- ¡Pero si solo me van a ver los patos!
- La camisa limpia -le repite alzando un poco la voz pero segura de que no va a ofrecer mayor resistencia.
Él saca una de las camisas del armario, limpia y planchada a conciencia. Se la pone y dobla las mangas dejando al descubierto sus brazos velludos. Siempre ha pensado que los pelos de un hombre son como las plumas de los gansos: lo protegen a uno del sol, del agua y los mosquitos. Además ese tronco de gorila siempre ha tenido su encanto, se dice hinchando orgulloso sus pulmones. Comparado con el torso ancho y los brazos recios el resto de su cuerpo es menudo. Piernas de alambre y cabeza de alfiler le dice su mujer que tiene, también cabeza de chorlito y de tortuga, le ha dado por llamarlo últimamente. Será por las profundas arrugas que surcan su cuello, porque casi no tiene labios o porque tiene los ojos grandes y escondidos. De suerte que son verdes y ese filtro le sirve para ver las cosas por su lado más alegre.
Se despide de su mujer y se pone el sombrero de paja antes de subir a la bicicleta. Enfila con entusiasmo las calles del pueblo que llevan hacia los arrozales y en cuanto vislumbra los campos verdes se le aceleran las piernas. Entra por los senderos de tierra levantando con él el vuelo de las garzas, cruza veloz y temerario junto a las acequias. A su paso saluda a los otros campesinos con repetidos golpes de timbre. Su presencia les avisa de que es la hora del almuerzo y para Facundo, que anda ya pesado por el fango, marca el fin de la jornada.
Por fin ha llegado a su parcela, la que queda junto a la Albufera, y sentado sobre el margen se va quitando tranquilamente las alpargatas, pensando en su última cruzada: arrancar todas las malas hierbas de cuajo. Sacar a la fuerza la raíz que se enquista en la tierra. Cree que no funcionan esos venenos que venden. Cierto es que las ve secarse y que se mueren, pero jura que las mismas renacen después con más fuerza.
Gracias,
ResponderEliminarAcertada descripció, todo un ejercicio de estilo *z* me faltan detalles frenológicos,Cesare Lombroso y yo mismo lo hubieramos agradecido... *O*
salud
Muy logrado, corto y expresivo, desde luego la buena esencia se guarda en frascos pequeños, según el dicho popular
ResponderEliminarVeig com una evolució. No deien algo de que s´ha d´escriure sobre lo que se coneix? M´agrada que no nomenes a "senyors" que "no els coneix ni sa mare". Bueno, el populacho com jo.
ResponderEliminarTendra.
Chau