25.3.09

Cuestion de acostumbrarse

Comprendo cómo se siente un actor de Bollywood cuando le asaltan con un montón de cámaras y micrófonos. Mi madre me mostraba orgullosa ante los objetivos a los pocos días de nacer. Quedó constancia de mis primeros llantos, pasos, juegos infantiles y de mis tentativas como pastor. ¡Me acostumbré tan rápido a salir bien en la foto! Aprendí a poner mirada de pillo y sonrisa apretada, disfrutaba reconociéndome en las pequeñas pantallas, con mis cortos pantalones de chándal y la chaqueta de lana de la abuela. Soy la imagen de varias organizaciones no gubernamentales y fui protagonista frecuente en documentales y reportajes. Nunca hubo un permiso paterno, ni por supuesto, un mísero contrato de explotación de imagen. Así son las cosas en el valle del Khumbu.

Quienes pasan por mi aldea lo hacen sin dejar de mirar por el visor de su cámara. Sienten debilidad por hacernos fotografías y les llama poderosamente la atención nuestra cocina, los motivos religiosos e incluso las lechugas que cultivamos. Tratan como una primicia que la abuela ordeñe el yak y acribillan de fotos a mamá si se pone el collar de turquesas de su dote. Nos inmortalizan con el rebaño, en la casa, cargando leña o rezando.
Al principio todos los que llegaban a Jorsalle fueron mis friends, saludaban alegremente: “¡Namaste!” y se paraban a descansar junto al muro de la casa. Señalando el paisaje intentaban explicarme que aquello era extraordinario. Pasábamos un rato juntos, mirando las montañas y a veces, se encontraban a mi hermana Rekha que bajaba cargada de mazorcas. Muchos intentaban levantar su cesto, se ponían la cinta en la frente y al intentar enderezarse no lo conseguían; no tenían suficiente fuerza y eso que mi hermana no tenía más de diez años. Reíamos un buen rato y nos hacíamos fotos. Tras miles y miles de posados, en siete años solo llegaron a casa cuatro fotografías, así que empecé a llamarles simplemente visitors.


Al valle llega gente de todo el mundo porque aquí crecieron las montañas más altas. Perdidas en medio del Himalaya nuestras aldeas quedan lejos de todo, lejos de todo sí… pero en la falda de los ochomiles. Nosotros nunca las vimos como ochomiles, ni vivimos con la idea de alcanzarlas, pero si eres alpinista quieres subir y conseguir las catorce grandes, aunque sea muy peligroso, aunque falte el oxígeno allá arriba. Sobretodo, quieres alcanzar la cima de “la madre del universo”, la que llaman Everest. Para coronar el Chomolungma empezaron a llegar las expediciones y cuando los primeros hollaron la cima, otras siguieron intentando ser las primeras: la primera sin oxígeno, la primera de mujeres, la primera… de cada lugar de la tierra.

La mayoría de los que vienen hasta aquí se conforma con acercarse un poco, sentir la imponente presencia de estas montañas y desear que el sol no esconda las vistas. Sin pasar más riesgos de los que supone la aclimatación a la altura. Para éstos se inventaron los viajes de aventuras en su modalidad de trecking. La aventura les hace pasar por los puentes tibetanos, les aposenta en confortables lodges, les lleva de paseo a lomos de un yak y cuenta con el servicio de porteadores.
Caminan con sus botas pesadas en pequeños grupos y destacan por el color chillón de sus chaquetas, llevan mochila y bastones de acero en las dos manos. Su ropa es de mucha protección, contra el frío, el agua y el viento; supongo que nadie les ha dicho que si paran el viento impiden también que les lleguen las oraciones y entonces sí quedan desprotegidos.
Cuando llegan a Namche Bazar mi padre se une a alguno de estos grupos y les acompaña hasta el campo base. Aunque ahora solo hace pequeñas travesías, mi padre es un trigre, un sherpa de los que llegaba hasta el final, fuerte y capaz de anticiparse a los peligros. Todavía hoy puede cargar con tres mochilas a la vez, aunque éstas contengan libros, juegos y chang.

Cuando mi padre empezó su trabajo como porteador, esperábamos impacientes el fin de la estación de lluvias para que llegasen los grupos. Algunos se quedaban varios días por aquí y entonces mamá preparaba ollas grandes de lentejas con arroz, en casa se vivía un continuo ambiente de fiesta.
Con los amigos de los treckings aprendimos las primeras palabras en inglés, en casa todos chapurreábamos algo; todos, excepto mi hermano Kamal, al que sólo le interesan los yaks, que sentía una total indiferencia por los teléfonos móviles aunque tuviesen GPS. Tuvimos tantos amigos que muy pronto mi hermana Rekha y yo aprendimos a hablar inglés, algo de lo que mi padre se sentía muy orgulloso. Las primeras conversaciones fueron siempre de avionetas y de pistas de despegue. Era el efecto del aeropuerto de Luckla y del impacto de su pista de despegue: una carretera recta abocada al abismo.
En el valle proliferaron los contactos internacionales, se gestaron los primeros proyectos de desarrollo rural y el apadrinamiento de niños, todos querían mejorar nuestras condiciones de vida. Se abrieron nuevas escuelas y se construyeron nuevas aulas.
A veces llegaban personalmente los encargados de las organizaciones, contrataban un albañil y mucha mano de obra, de manera que casi toda la aldea trabajaba haciendo bancos, pupitres y pizarras. En el colegio se organizaba un gran festival, donde cantábamos y bailábamos ante nuestros huéspedes, agasajados con collares de flores y la tikka en su frente. Al final de la ceremonia nos repartían material escolar y regresábamos a casa contentos con nuestros nuevos lápices de colores.
Poco a poco, mi padre fue dejando de creer en sus amigos, fue algo lento pero irreversible. Rekha y yo sabíamos que algo iba mal porque cuando papá estaba enfadado dejaba de hablar y permanecía en silencio varios días. Salía a menudo para visitar a los monjes y pasaba mucho tiempo en la gompa. Aquella temporada de silencio vino a coincidir con los rumores sobre las expediciones. Decían que el monte estaba repleto de basura y que no sabían como deshacerse de las botellas de oxígeno que se acumulaban arriba. Había montones y montones de botellas como la que teníamos en el patio del colegio, la que utilizábamos como campana.

El único que se ganó de nuevo la confianza de mi padre fue Marc, un estudiante inglés que apareció un buen día en un albergue de Namche Bazar buscando un lugar donde pasar una larga temporada. Mi padre se despedía del grupo cuando lo encontró y lo invitó a venir a Jorsalle.
Nuestro vecino Navraj lo instaló en su casa, separó con una tela una parte de la estancia y le fue preparando estantes para su particular colección. Salía al bosque casi a diario y regresaba cargado de ejemplares metidos en pequeños frascos de plástico. Marc estudiaba los líquenes del valle y los estudiaba a conciencia. Tras la recolecta de especimenes seguía un largo ritual: lo primero, era buscar su nombre y para ello contaba con la ayuda de guías y claves dicotómicas; después los observaba pacientemente mientras los iba dibujando en cuartillas de papel, copiaba minuciosamente su contorno y obtenía un color muy aproximado con tan solo unos pocos colores; repetía el proceso observando al liquen a través de la lente de una lupa y dibujaba con esmero los nuevos detalles que surgían. Les tomaba una fotografía y escribía los datos de la recolección en un cuaderno. Terminado el proceso, las etiquetaba con su nombre mientras me decía: “Nima, te presento a Parmelia nepalense y esta es…Lecanora somervellii. ¡Me acostumbré tan rápido a su vocabulario botánico!
A menudo íbamos a Namche para localizar los locales marcados como @ y allí pasaba largas horas frente a la pantalla del ordenador. Lo mismo hice dos semanas después de su partida, me sentaba ante la pantalla para seguir las instrucciones que me había dejado escritas en una cuartilla. Todo iba sobre ruedas, las cosas pasaban tal y como él me indicaba, llegué donde tenía que escribir 123nima aunque se viese *******. De repente la pantalla me dijo:
-Marc dice:
Nima, por fin, ¡Qué alegría! ¿Qué tal van las cosas por el valle? ¿Como está Navraj?, ¿Llegaron las lluvias? ….
-Marc dice:
Dile a Navraj que echo mucho de menos el sonido de la rueda de oración
-Marc dice:
Dile también que encontramos una especie de liquen no descrita, tengo ahora muchísimo trabajo
-Marc dice:
¿Que tal tu hermano? abraza a ese gran médico de yaks... ¿Estas ahí?... Nima si estás delante de la pantalla aprieta la tecla a
-Nima dice:
a

Aquel fue mi primer contacto con la red. Sentí un tremendo impacto al ver que la pantalla se dirigía directamente a mí, pero ¡Me acostumbré tan rápido a los cibers! Aprovechaba los viajes de mi padre a Namche para conectarme y ahora no dudo en pasar las horas necesarias para obtener información sobre células fotovoltaicas.

Hace tres meses que llegué a Katmandú, me inscribí en la universidad para estudiar Ingeniería Electrónica, mi ilusión es llevar la luz a todas las casas de Jorsalle, pero a decir verdad ¡Me siento tan raro! A menudo me acuerdo de Kamal, tan testarudo como sus animales y sin querer salir de la aldea, como decía Marc, no era necesario pasar por la universidad para ser un buen veterinario. Pero no sólo es eso, a veces, sueño que llego a Jorsalle con mochila y bastones de acero en las manos, saludo a mi familia y sigo caminando tranquilamente.

1 comentario:

  1. Encara estic impressionada pel que acabo de llegir! Crec que les descripcions i la història són tan bones que quan arribi el proper estiu al Nepal tindré la sensació d'haver-hi estat abans.
    Amb què ens sorprendràs en el proper escrit?

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