1.11.10

Miedo





Cuando Charles Darwin zarpó en el Beagle ya había sido alumno de dos universidades, probando para ser médico o sacerdote. Pero no estaba llamado ni a salvar vidas, ni almas. Pasaba los días disecando animales y coleccionando escarabajos.


Desde su posición privilegiada decidió tomarse un tiempo de reflexión y se embarcó en el bergantín del capitán FitzRoy para explorar el mundo concienzudamente. La travesía duró cinco años, durante los cuales bajó religiosamente en cada puerto para recoger todas las muestras animales, minerales o vegetales, susceptibles de ser enviada a Londres por paquete postal. Las horas en alta mar discurrieron dibujando todos los ejemplares que habían subido a bordo y mirando, mirando... empezó a tener sentir que le algo le estaba inquietando.


Dos años después de aquel viaje, pasado un tiempo prudente para la maceración de las ideas ya no tenía dudas: las especies evolucionan. Tan sencillo como observar detenidamente los ejemplares de las tortugas de las Galápagos; tan difícil, como contradecir las leyes divinas que se profesaban en Londres.


Por esa fisura del pensamiento se coló el miedo en su cuerpo. Darwin reaccionó ante la amenaza y empezó la huida. Evitaba las tertulias sociales, las conferencias de la Royal Society, las discusiones en los cafés de vanguardia. Empezó a plantearse una vida familiar relajada, con muchos niños...y en el campo. Trasladado a Down House se esforzaba en mantener una estricta rutina de trabajo, pero aquellas ideas ocultadas empezaron a provocarle palpitaciones, temblores y dolores varios. Decidió que publicaría su teoría a título póstumo. Aquello era como declararse culpable de asesinato y él guardó las pistas durante veinte años.


Hasta que un día recibió una carta desde Nueva Zelanda, donde un joven e ingenuo investigador le explicaba sus deducciones. La cosa le parecía bastante clara: las especies evolucionan. Alfred Wallace fue el empujón para Darwin, su alivio, su confirmación y su detonante.


Veinte años de angustia para el padre de la evolución. Cien años de indiferencia para el hijo que lo catapultó.



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