14.1.14

Volando




    Si quieres ganarte la vida escribiendo de viajes no digas que tienes miedo a volar. No se trata de un miedo patológico si eres capaz de subir al avión y a pesar de todo sigues planificando viajes. No lo mires como un problema, trátalo como fuerzas de rozamiento despreciables. Recuerda aquellas  flechas de los problemas de física con sentido contrario a la más grande. No tenían ninguna influencia sobre el resultado final.  

    Serán fuerzas despreciables pero siempre me despido del mundo cuando traspaso el arco  metálico, zapatos en mano y pantalón bajo la  cadera. Al entrar en la pasarela me sudan las manos y aunque el despegue del avión es la maniobra realmente peligrosa es el estímulo previo a la tortura de las turbulencias. Horas de sudores, locura de pulsaciones, mareos, lipotimias y poliangustias. 

   ¡Nadaría, juro que nadaría hasta la extenuación! pienso las diez horas que dura el vuelo.  

   Mirando por la ventana y dejando de mirar pasan las nubes, los negros pensamientos y las bandejas de una comida insufrible. Han pasado ya todas y este será el último aporte colesteroideo dice la azafata  por megafonía. 

    Empieza a verse el perfil de la isla y por extraño que parezca, no tiene ladrillo en su contorno. Es una larga linea de costa, perfilada con rotulador verde de punta gruesa, verde oscuro. Cuba es un musgo alargado de contorno nítido y nubes de hojas de palma crecido en medio del mar. Cuando puede verse entre las hojas la tierra, lo hace aparcelada y muestra un color cobrizo que juega a combinarse con la clorofila de las hojas. 

  El capitán se ha enternecido con el relato del suplicio de una pasajera, que no es otro que el mío, y ha dicho, por el altavoz para que lo oyesen todos, que volar era lo más maravilloso que podía concebir la mente humana y acto seguido ha dejado caer la aguja del gramófono sobre el disco elegido. Sonaba Mozart, no puedo especificar la escala pero modo menor seguro. El avión ladeó a la izquierda y después lo hizo suavemente a la derecha y al ver que las alas bailaban al compás de la música todos los pasajeros sonrieron aliviados. Recorrió durante verdes kilómetros la línea más recta que puede sentir un organismo y la descendió de imperceptible manera. 

    Bienvenidos a la Habana. Habíamos aterrizado en una pista de algodones. 

  

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