18.5.09

MOROCO......................................Chapter one

Aunque mi mochila está poco acostumbrada a llevar tacones, este viaje bien merecía una excepción. Estar invitada a una boda con la única credencial de ser amiga de una amiga de una amiga del novio, me parecía un exceso de democratización y un claro desprecio a la costumbre de confirmar la asistencia bajo un número de cuenta. Aquí, con ese rango no se me permitiría escuchar, ni de lejos, la música de la orquesta, pero parece que en Asilah, el protocolo es mucho más flexible. Añado a la mochila un vestido negro muy discreto y el bolso de mano de rigor. Vestir de esta guisa me parece una impostura tal, que preferiría que me obligaran a llevar caftán.

Asilah ofrece como reclamo turístico una amplia oferta de “casas con encanto” pegadas al mar, en una cuidada medina en blanco y azul. Sin despreciar este conjunto arquitectónico, soy de las que prefiere encontrar el encanto en los cafés, centro cultural y social masculino por excelencia. Aunque sentarse parezca una imprudencia, no está prohibida la entrada a las mujeres.

Pero es que las mujeres están en casa, como Amal, que trasiega todo el día con sus cuatro hijos y es capaz de cocinar con su pequeña subida a horcajadas en su hombro izquierdo. Mientras remueve el tomate repite a menudo para que no se alboroten: ¡Como me enfade iré a buscar a los hombres al café!, razón no le falta, porque en el café encontrará seguro al abuelo, puede que a su marido, su hermano o su cuñado; sentados alrededor de pequeñas mesas de mármol, tomando té, charlando o mirando la televisión.

Que la puerta en esta casa esté cerrada no es más que un seguro infantil, únicamente indica: “pasar la mano por la reja si se quiere entrar”, o mejor: “entra tú mismo”, fácilmente puede pasar todo el vecindario tres veces en un día; entran las vecinas para comentar detalles, los primos mayores con algún recado, la abuela va sacando a los pequeños a demanda y Amal lleva toda la intendencia con una paciencia que tumba; pero yo, necesito que me de el aire.

Relegada de obligaciones domésticas no encuentro mejor sitio que el café para tomar un desayuno con tranquilidad. Me retiro con los hombres y empiezo el día con un buen zumo de naranja; hago como que me entero de las noticias que pasa Al-Jazeera y espero a que llegue mi cruasán directamente de la boca del horno. Seguiré mi rutina doméstica en la terraza, es la hora de un laaaaargo vaso de té con hojas de menta.

Pasar el tiempo en una terraza es la manera ideal para que la ciudad y su gente me encuentren a mí. No estoy en una calle principal y sin embargo, el tránsito es incesante: coches, motocicletas, asnos y carretas. Pasan los asnos cargados hasta los topes de melones amarillo chillón, las carretas cargan pirámides de sandias y va llegando la gente del campo con sus cubos repletos de melones, higos chumbos y menta. Ellas y ellos visten chilabas de hilo grueso y llevan gorros de paja con adornos
de lana de colores.
Si en la esquina, bajo una sombrilla de colores, tres señoras hacen corro mientras intentan vender cinco kilos de higos chumbos, siete sandias, algunos puerros y un montoncito de pimientos, algo grave le ocurre al tendero de enfrente, saca de la tienda cajas de envases de cristal que lanza con furia a la calle pero mis compañeros de terraza ni se inmutan, acostumbrados deben estar a su carácter irascible. Otros más curiosos sí se acercan, crecen los gritos y la tensión. Al rato, al ver que ha llegado el furgón de la policía me decido a preguntar qué pasa, parece que el tendero no está dispuesto a permitir la venta ambulante frente a su puerta, los agentes se lo llevan a declarar a la comisaría. El cierra la puerta con candado y se dirige dignamente al vehículo, mientras se disuelve el grupo de mirones.

Desde mi puesto de vigía sigo escrutando la calle, repleta de pequeños comercios y oficios, desde la tapicería vacía hasta el solicitado locutorio con acceso a Internet. Haciendo inventario de tiendas, reparo en una placa metálica, un letrero pintado a mano promociona: “salón de beauté Jasmine”, miro mis pies que me suplican una sesión de cuidados. Jasmine, no me esperaba claro, pero trabaja aunque no se haya pedido cita, me prepara un barreño con agua caliente y empieza la necesaria pedicura.

3 comentarios:

  1. Reivindicación de la locura en "El monje Negro" de Anton Chejov:

    "Kóvrin estuvo parado unos veinte minutos, mientras no empezó a apagarse el crepúsculo vespertino…
    Cuando lánguido, insatisfecho, regresó a la casa, la víspera ya había terminado. Yegór Semiónich y Tania estaban sentados en los peldaños de la terraza y tomaban té. Hablaban de algo pero, al ver a Kóvrin, se callaron de pronto, y él concluyó por sus rostros que la conversación había sido sobre él.
    -A ti, me parece, ya te es hora de tomar la leche, -dijo Tania al marido.
    -No, no me es hora… -respondió, sentándose en el peldaño más bajo. –Toma tú. Yo no quiero.
    Tania, alarmada, intercambió una mirada con su padre y dijo con voz culpable:
    -Tú mismo notas que la leche te sienta bien.
    -¡Sí, muy bien! –sonrió con malicia Kóvrin. –Los felicito: después del viernes aumenté otra libra de peso. –Se apretó la cabeza con las manos fuertemente y profirió con angustia: -¿Para qué, para qué me curaron? Las medicinas de bromuro, la ociosidad, los baños tibios, la vigilancia, el miedo pusilánime por cada sorbo, por cada paso; todo eso, al final de todo, me va a conducir al idiotismo. Yo me volví loco, tenía manía de grandeza, pero en cambio estaba contento, animado, y hasta feliz, era interesante y original. Ahora me hice más razonable y respetable, pero en cambio soy como todos: una mediocridad, me aburre vivir… ¡Oh, de qué modo cruel procedieron conmigo! Yo tenía alucinaciones, ¿pero a quién molestaba? Pregunto: ¿a quién molestaba?

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  2. que dice el gurú que cada uno se las apañe como pueda, que él ya se ha sacado los cuartos.

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  3. M´agrada.
    Espere el pròxim.
    V.

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