26.8.10

¡Manifiéstate!


Manuel se indigna si no participo en las manifestaciones que me propone. Repasa su lista mensual y selecciona, sólo para que le acompañe, las más acordes con mis convicciones.

Él participa en todas. Dirías que es un hiperconcienciado social viéndolo encabezar las marchas; defender con uñas y dientes una causa cuando le ponen un micrófono delante; o desgañitarse aullando consignas que riman.

"Lola, el motivo es lo de menos" me confesó un día. "Yo haría de manifestarse una filosofía de vida. Es lo más cercano que tenemos de nuestro pasado tribal. En una manifestación algo resuena en el interior de cada uno de nosotros. Donde se reúnan unos cientos de personas por una lengua que se extingue, una estafa millonaria, un político corrupto, un cura pedófilo, una antena de telefonía o unos árboles del parque, ríete de los métodos para segregar endorfinas. Gritos, aplausos, clamor, unión, comunión, euforia... En resumen: catarsis colectiva", declama ya en su fase más reivindicativa. "Es como el futbol pero con algo de sentido. Si te has implicado lo suficiente los efectos pueden prolongarse hasta 48 horas".

A mí, sin embargo, me pasa justo lo contrario, sea cual sea el motivo de la marcha siempre acaba invadiéndome un estado de tristeza tal, que por justa que sea la causa vuelvo a casa derrotada. Ante el fragor de la masa me da por llorar.
En mi último intento, Manuel me aseguró que aunque el tema era serio se preveía poca participación. Agricultores y ecologistas en un encuentro muy campechano. El tema de los transgénicos no tiene de momento mucho eco y para algún apunte mediático en el que se podría explicar el tema, el socorrido experto, no viene a decir nada.

Manuel tenía razón, para ser un encuentro nacional la llamada fue de poco alcance. Allí desfilaban la doctora en Biología, el cooperativista ecológico y la periodista inactiva, ellos bien empollados del tocho de Marie Monique Robin, en su cruzada contra el gigante Monsanto. Participaban también el grupo de capoeira al ritmo de tambores, la charanga de abejitas zumbando la abeja Maya, y repartidos entre la multitud especímenes de vacas, mazorcas con tomate, patata y lechugas orgánicas. Todo transcurrió en un ambiente distendido que no se prestaba a demasiadas exaltaciones.
Llegados al final del recorrido, en la explanada de la Plaza del Pilar de Zaragoza, se repartieron cucuruchos de palomitas de maíz y se leyeron manifiestos para clausurar de una manera digna el encuentro. Todo bastante apacible, hasta que llegó, desde la France, un compañero de José Bové. El francés, más ducho en estas lides, se propuso encender una pequeña llama por el movimiento antitransgenía. A medida que avanzaba su discurso, la gente iba encendiéndose. En su arenga de despedida gritó: "¡¡Campesinos del mundo, unigos!!" y aquello fue un clamor. En un intento de quitarle hierro al asunto desvié la atención para observar al fervoroso público, y me encontré a un viejecito de tez morena y bien surcada, manos endurecidas de manejar durante años la azada. Aplaudía emocionado con los ojos brillantes...y yo también.


Manu me ha llamado esta mañana "Lola, a la de hoy no puedes fallar, es por la transhumancia y bajan los pastores con sus rebaños. La piel de gallina". "Que no. Que no voy. Para oír el balido de las ovejas paso" le digo. "Pues no lo entiendo" me responde.










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