12.1.14

Mudanzas




          Las hipotecas terminaron con la posibilidad de cambiar de vivienda según cambiaban las circunstancias de la vida, de probar zonas, vecindarios y encontrar en cada casa luces y sombras. Todavía existe en el mundo algún nómada probando viviendas. De uno de sus diarios robé lo siguiente:

        "Una de las casas en las que me sentí más a gusto estaba situada en un valle, y aunque la palabra valle evoque montaña aquella vaguada tenía el mar a escasos metros. Había en la casa un exceso de luz y una suave brisa cuando el tiempo era sereno; lo cual sucedía la mayoría de los días del año. Cuando había borrasca, los vientos soplaban furiosos para instaurar el temor en inquilinos novatos.

       El valle no era una zona cualquiera, no se llenaba por vacaciones y era pasto de fantasmas en invierno, el que se instalaba allí, no lo sabía en un principio, pero andaba siguiendo el básico instinto de la perpetuación de la especie. Se trataba de una área de nidificación. NESTING AREA marcaban las señales de acceso, antes de llegar a las rotondas, por el Norte y por el Sur. 

    De mañana, solo se veían hombres por las calles. Algunos bajaban a comprar el pan en pantuflas; otros salían con maletines y trajes hacia sus respectivos trabajos; otros sacaban a sus perros, puesto que el animal era un buen sustituto o prueba; y los que trabajaban desde casa empezaban el día con el pulsómetro a modo de cinta para las maletas. Por la mañana la nesting era un sitio de hombres. 
         Hacia el mediodía desaparecían los hombres y tomaban las calles las mujeres con sus carricoches. Inundaban los parques, las cafeterías y los pasos de cebra. Como el parto era reciente, o la cesárea, la mayor parte de los casos, caminaban empujando carritos de ligereza extrema con dolorosa lentitud. La espera frente a un paso de cebra para un conductor (de vehículos a motor) era mayor que la de un semáforo, lo cual multiplicado por la elevada frecuencia de peatones y pasos hacía el tránsito por el valle impracticable a la hora del ángelus. El mediodía la nesting era un lugar de carricoches.
        Sin embargo, la comida era un tiempo de calma y siempre iba seguida de su pertinente siesta. No podían despertarse madres ni criaturas. No se veía a nadie andar por las calles, solo algún vecino que bajaba expresamente a realizar algunas llamadas por su teléfono móvil. Todos andaban esforzándose por no hacer ruido, estaban prohibidas las lavadoras y los lavavajillas. Era el momento ideal para salir a la terraza y disfrutar de la lectura. Era entonces el lugar más apacible del mundo. 
        El frenesí llegaba por la tarde. Un puro caos, todo el mundo buscando zapatillas, mallas a juego con camisetas dry, de las que expulsaban el sudor del cuerpo y mantienen la temperatura corporal, cortavientos, medias de presión y auriculares, ¡por Dios que no falten los auriculares! Parecía que se discutía, pero solo lo parecía, había demasiado amor en cada casa. Equipados hasta las orejas, cerraban la puerta del patio y pulsaban a la par los cronómetros. Ellos salían a mejorar marca conectados a siete monitores. Normal, para los responsables del espermiograma y para ellos en concreto que sufrían el estigma de producir los peores espermatozoides de la comarca. Ellas, por contra, tenían que recuperar la figura de la manera más rápida posible. Era crucial encontrarse en el supermercado con embarazadas de la misma quinta y que no se advirtiera ningún estrago. Eso era lo más, la cumbre del post-parto. Todos recorrían el paseo marítimo varías veces, ellos sudorosos y veloces y ellas a marcha o trote. La tarde en la nesting era de deportistas.
     El horario infantil aconsejaba que los niños cenasen pronto y que no se andasen con rodeos antes de ir a la cama. A las diez, adultos y niños estaban ya entre las sábanas. Era el momento deseado de la cópula. Los primeros gemidos de una pareja cualquiera indicaba al resto del grupo que llegarían tarde al coito si no se ponían manos a la obra. Y aquello funcionaba como una señal de alarma. Durante la noche las fincas se estremecían de gozo, de risas y de suspiros. 
    La noche en la nesting no era la noche era el día.



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